La caja está sin abrir. Estaba sin abrir antes de que saliera el libro. Pero la salida y la lectura de Quién quiere ser madre parece que activó la conversación, como lo haría una oreja encontrada entre la hierba…
Sara me escribió por el chat de Facebook. Tenía algo para mí. Una medicación que ya no puede seguir usando en su tratamiento. La medicación es carísima, en torno a los 800€, y resulta que no se la admiten en la farmacia ni tampoco de vuelta en la clínica donde se está tratando. Quedamos en un bar de la calle Miguel Servet, el médico condenado a la hoguera por insinuar el sistema circulatorio. Efectivamente la caja está intacta. Intercambiamos impresiones y secretos sobre nuestros procesos, trucos acerca del mejor modo para pincharte en el proceso de la estimulación ovárica. El intercambio tiene algo de clandestino. Nos despedimos. Suerte. Dos besos. Suerte.
Un escritor consagrado, en un viaje en AVE, al contarle de qué iba mi novela, me confesó que dos de sus nietos eran “valencianos”. Quería decir que venían del IVI (Instituto Valenciano de la Infertilidad). También me contó como al contárselo a sus hermanos, la que mejor reaccionó fue su hermana monja (lo resolvió con un escueto: «Si Dios lo ha querido así…»). También demostró bastante empatía su hermano más conservador, que afirmó que ese era el futuro: un mundo de mujeres autónomas en lo que a la reproducción y a la crianza respecta. Le insinúe al consagrado autor que la utopía de su hermano tenía sus grietas. Pero nos reímos. Ahora, cada vez que veo un carrito doble en la calle, me sonrío apostando algo a que son niños «valencianos».
Ana me contó, en la puerta de los Renoir Retiro, como si tal cosa, que hizo, entre los 39 y los 44, siete tratamientos in vitros. Siete in vitros. El túnel se iba a agrandando, se alargaba y se alargaba. Y ella cada vez más picada, más endeudada, más hormonada… Pero no había modo de salir. Hasta que salió. Ahora sonríe con Luis colgado de su mochila y jurando y perjurando que la crianza es el verdadero castigo divino. Al lado de su cansancio actual, los dolores del parto y la odisea de la infertilidad no suponen nada.También me confiesa que alguna que otra vez la miran mal, al sacar el pecho en alguna terraza, las caras inequívocas. «Qué vieja es esa madre».
Algunos días me imagino saliendo victoriosa por el otro extremo del túnel, otros, utilizando las puertas de salida de emergencia, que dan directamente a la no maternidad. Las no madres frustradas imagino que no se identifican ni con el imaginario de las NO Madres convencidas ni tampoco con el estereotipo de Yerma. Hay que imaginarse otros mundos detrás de esto. Detrás del túnel. El libro de María Fernández Miranda lo ha hecho por las No Madres como hay que hacerlo, buscando vocabulario y referentes. Construyendo genealogía. Belén García Abia lo ha hecho por las infértiles o madres frustradas en El cielo oblicuo. ¿En qué sección de la biblioteca caeré yo?
Luego llegan otras curvas cerradas, me decía Matilda, con sus correspondientes in vitros fallidas a cuestas hasta que llegó Agustín, también ahora colgado de la manta portabebés.
Un compañero de EGB me confesó, abriendo una conversación aparte del chat que compartimos con la clase, que claro, sus mellizas, también, valencianas. Que se fueron de la pública a la privada porque no soportaban más el maltrato, en concreto, de uno de los médicos, que parecía recordarles con cada gesto que todo aquello era un capricho.
He sabido que una tal Doctora Corazón es la “madre probeta” de muchos de las criaturas valencianas que corretean por Madrid Río.
Una periodista me contó como estuvo al principio de su carrera más de dos años buscando un bebé. Trabaja por aquel entonces en la sección de Penales de un medio grande e iba muchos días a los juzgados de Plaza Castilla. Le daba aprensión pasar todos los días, quién sabe si embarazada, por el detector de metales. Así, un día decidió confiarse a la guarda jurado que estaba casi todas las mañas. «Es que puedo estar embarazada». A los seis meses de infructuosa búsqueda y del ritual que la eximía del detector, se sintió obligada a inventarse un aborto para justificar porque aún no lo había «conseguido».
Casi todas las madres de más de 42 han recurrido a la ovodonación, salida del armario (como Samantha Villar en Madre hay más que una) o no mediante.
La caja de los secretos de las maternidades difíciles: escucha todo aquello que no cuenta la foto del recién nacido de aquel viejo amigo que un buen día te llega por las redes.
Me he convertido en una caja. Una caja con una oreja, como la de Terciopelo Azul.