Hay un método infalible en la escritura autobiográfica.
(Mentira, NADA es infalible).
Se trata de ir haciendo compost con los detritus de la memoria. Lo aparentemente inservible e inútil se va guardando en un cuaderno o archivo. Después, haces un agujero en tu montaña de basura y empiezas a plantar ficción. Y por el maravilloso poder de la remezcla y la reflectáfora (un día os hablo de esta maravillosa técnica de voodoo literario), se construye una red de puntos entre los cuales, como en esos pasatiempos, se van tirando líneas hasta componer una figura con más o menos sentido. Reconocible. Del compost a la plantita o al fruto. De la basura a la boca. ¡Tacháan!
Ahí voy. Prueba, 1, toma 1: Haciendo compost, cavando agujeros.
1.- La montaña de compost.
¿Te imaginas una cinta transportadora por la que pasara el equipaje de tus últimos tres meses de vida? Aquí está mi cinta, ahí vienen mis maletas:
Llamadas de larga distancia, facturas astronómicas, cafés congelados, un bigote postizo, un libro de relatos, unas citas de audio encontradas en la calle Puebla, una carta robada del café Zoom, el lugar más bonito de San Petersburgo, tickets de cafeterías, un cuaderno amarillo comprado en Francia en cuya portada se lee Zap Book escrito hasta los topes, una entrada a aquel concierto, muchas monedas microscópicas, billetes de metro de Madrid y Barcelona, un flyer de una obra de teatro, dos barras de Pritt, un pintalabios tono Rouge Hype 33, cien euros sacados a crédito, un cuaderno finito hecho en Turquía, 2 revistas Archipiélago y otro cuaderno rosa finito con una pegatina donde se lee Mala Suerte o Falta de Talento.
Dime que nada de esto es importante. Cierto, no lo es.
Ahora recoge todas estas cosas, una por una, súbelas en un carrito, pasa el control, coge un taxi, vete a tu casa. Y escribe.
2.- El agujero, plantar la ficción.
Mitad Princesa Leia, Mitad Chewbacca
¡Ahora sí! Jope. L. lleva por fin las trenzas bien apretadas. Se clava la última horquilla mientras repasa la carta del Zoom de la calle Puebla. Siempre pide el mismo café, en la misma mesa. Odia leer y escribir en público, no conoce actividades más íntimas. Y con la lógica de los bebés mientras hacen el cucú-tras, si no te veo no me veis, se sienta de espaldas a la parroquia del Zoom que, mientras, desayuna, come y toma café aleatoriamente en asincrónico follón.
“Peluda hasta el verano” L. lo leyó en el frigorífico de su nueva oficina el mismo día que entró, a principios de septiembre. Y se rió. Entonces hacía meses que no se depilaba las piernas pero, total, si ya iba a llegar el otoño. Y no era verdad. Quedaba mucho calor por delante. Se apañó con las Venus desechables en las noches estratégicas. Ahora se toca la pelusilla sobre el puente que hace la tibia bajo las medias tupidas y sigue mirando, fascinada, la carta. Nunca se cansa de mirar esta carta. La quiere robar pero no se atreve.
Saca su cuaderno amarillo de fórmulas escrito hasta los topes. Saca también dos números de una revista extinta y dos cuadernos finitos, también garabateados hasta en las tapas interiores. La terapeuta dijo grafomanía. El café se va a quedar congelado pero hay que seguir haciendo cuentas. Gastos fijos, gastos inesperados, clientes por cobrar, facturas astronómicas de móvil, la cuota de autónomos. Y cien euros sacados a crédito para acabar el mes.
Suena una canción de Camarón pero en realidad es una música electrónica que imita el sonido de una cinta. Una mujer canta por encima de Camarón. L. se imagina a una chica con los labios muy rojos que besa a José Monge mientras a los dos les sube el caballo. Y el agujero se hace más grande. Y las cuentas por cuadrar. Antes dibujaba letras, es decir, solía escribir, ahora los números la tranquilizan igual. “No estás loca, es sólo una adicción.” Dice la terapeuta: “Las adicciones tienen que ver con los rituales, si dejas una adicción, tienes que cambiar de ritual.” Por eso se viene casi siempre al Zoom a la hora en que solía comer en casa con T. Se siente incapaz de volver a casa a comer, todavía. Hacer ese camino a esa misma hora. “Ser” ese personaje. Abrir la puerta de casa. Agujero. Recuerda un día que lo espero con un bigote postizo sentada en la mesa de la cocina, como si tal cosa. Y él se río mucho. “Llevas trenzas pero pareces Chewbacca”.
Ahora ha descubierto que el pegamento en barra también ayuda. Recortar y pegar fotos. Colocar la entrada de aquel concierto junto a los billetes de metro de distintas ciudades. Fabricar nuevas imágenes. Cavar un agujero. Salir a robar caballos. Empezar de nuevo a escribir, hacer algo con todo lo que pasa y ha pasado, por insignificante que parezca. Nunca sabe si es mala suerte o falta de talento, lo suyo. Mar Báltico: 5 días, 6 noches. Recorta. Pegado al lado del flyer de la última obra de teatro y la portada de un libro de relatos, el río Neva parece de golpe menos navegable. L. escribe debajo del collage improvisado: “Durante el sitio de Leningrado, algunas personas cruzaban la frontera por el golfo de Finlandia caminando sobre el hielo durante días solo para conseguir algo de pan o café. A ese paso hoy lo llaman El camino de la Vida”. Si ellos superaron el sitio, yo superaré el invierno, se dice L. mientras deja un montón de monedas diminutas en el platillo de la cuenta. Recoge el ticket, los cuadernos y las revistas. Sale del Zoom. Vuelta a la oficina. Y sin depilar. Así, a pelo. Como una Venus cruzando al otro lado.
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«Donde hay mucha basura nacen siempre flores».
Wu Ming 2
Gracias por este fecundo compost, Silvia. Haremos agujeros, como los topos. En cuanto a la frase «donde hay mucha basura nacen siempre flores», me recuerda a algo que oí en Vietnam relacionado con la flor de loto y cómo este símbolo del desarrollo espiritual puede hundir sus raíces en una ciénaga.
Algún día escribirás algo que no me guste? Quiero ir ya a un taller de los tuyos!