DeberÃa escribir sobre cosas importantes, como las licencias o todo lo que he aprendido, las preguntas que tengo (y las que no tengo aún formuladas). Como las cosas que quedan por hacer y que ni siquiera están listadas. Aprendà el arte precioso del aplazamiento. Sólo 3 cosas al dÃa. Métodos para frenar la compulsión.
PodrÃa escribir las cosas más importantes este dÃa. Bueh. Que sólo puedo escribir sobre libros. De la bio-bibliografÃa que amontoné y expandà en el autoexilio gascón y que me trae hasta aquÃ, hasta este piso diminuto de al lado de El Retiro que esta noche comparto con mis padres. En la casa nueva no hay luz ni internet. Sólo puedo estar allà de dÃa, ordenando cosas o leyendo. Lo cual es muy útil para desentrenar el cerebro de lo vertiginoso. Por las noches uso un camping gas de mentira que compré en uno de los chinos de la calle Feria durante el último apagón de este invierno. Me acuerdo de cómo todos los vecinos se arremolinaron en el callejón a escudriñar y comentar la labor del tipo de Endesa Sevillana encaramado a su escalera. Mientras, yo me empeñaba en darme un baño a oscuras. Casi.
Por eso, porque esta casa es diminuta, escribo en bajito. Acaricio las teclas para no despertar a mi madre, que duerme casi al lado (acostumbrada a la casa de Came, 14 habitaciones, salón inmenso). El chisporroteo de la cafetera es lo más difÃcil de camuflar. En Came dejaba que el café subiera escandalosamente. La gata cruzaba el salón, bufando.
Ya hace más de una semana que me fui de Came en dirección a Toulouse. La madre de Anne me dejó su casa. Su apartamento, lleno de miniaturas y reproducciones orientales, con una galerÃa acristalada y tintada con pájaros japoneses y tres chimeneas ciegas, para mà sola. La tarima antigua crujÃa tanto al pisar que también -aunque estuviera sola- pisaba al despertar los listones como ahora piso las teclas, con cuidado teatral. Siempre da miedo despertar a las madres, aunque no estén.
Cambié el olor y los sonidos del campo por el sonido y el olor de una calle pequeña y vacÃa, pero cerca del Gran Rond, del Monumento a los Muertos, del continuo ir y venir de coches. Y las luces. El fin de la oscuridad total. El fin de ver las estrellas con propiedades hipnóticas. Las miniaturas y las luces móviles de los coches que pasan por el techo de la habitación sustituyen al cielo de Came. Transitoriamente. Hasta que llegue el olor y la luz nocturna de Madrid.
Hay algo que une el apartamento de Toulouse y la casa de mis padres. Ambas están junto a un parque. Y las casas de definen más por los alrededores que por los interiores. Y los dos pisos tienen en medio del salón la bolsa que compré por 1,80€ en una tienda de productos africanos del Boulevard de Strasbourg. (¿Os he dicho que en Toulouse hay millones de árboles?) Y de bulevares. Compré una de esas bolsas desplegables de cuadritos y tejido crujiente. Para facturar los libros. Al final la llené de ropa y metà los libros en la maleta.
Y aquà viene lo importante. El interior de todas las bolsas, como las casas que nunca podemos adivinar desde las ventanas iluminadas o a oscuras. El contenido de los libros. Una parte muy importante de lo que he hecho en el campo. Manosear libros. Traerlos y llevarlos. De una casa a otra. De una habitación a otra. Cuando esta bolsa acabe en la nueva casa y los libros en estanterias (que espero montar esta semana) terminará oficialmente la mudanza.
Algunos libros del interior de la bolsa. Estos libros han estado esparcidos por los suelos, mesas, jardines interiores y alrededores de las diferentes casas en las que estuve en estos meses (Anne, padres, Daniela, Joana, Juanantonio, Alicia, madre de Anne). Ahora esperan su nuevo hogar. Y de momento, pues viven aquÃ: en esta crónicas.
Meto la mano y saco al azar (mentira), todo esto está muy estudiado y pasado por la mano de la autocensura. Nunca os contarÃa que llevo un libro de autoayuda para mineros, por ejemplo.
Saco La peuvre, (La prueba), un libro pequeño, de portada más bien fea. Escrito por Agota Kristoff. No puede ser. Tenemos que rebobinar, como harÃa Curtis de Misfits. Todo lo que rodea a este libro es tan interesante como la historia del dÃa que lo compramos. El paisaje de los sucesos es igual de importante que los libros, digo, que los propios sucesos. Ahora, si me dieran a elegir, creo que cambiarÃa la visita y estancia en el interior de una casa habitada en cualquier ciudad del mundo por cualquier visita turÃstica a esa misma ciudad. El interior de las casas vs. los parques que rodean a los libros.
Los paisajes vitales que rodean a los libros. ¿Son más importantes que los propios libros?
No lo sé.
Quiero ser vieja y decir: «No me interesa la literatura». Después de haber escrito muchas casas y muchos árboles y muchas bolsas y muchas estrellas de mentira, móviles, portátiles y manoseables. Es decir, libros.
Estoy disfrutando mucho de leer tus palabras. Yo también quiero ser viejo.