Anecdóticamente, el 8 de marzo cumplo años, eso desde que nací. Anecdóticamente (o no), desde hace al menos cinco años he visto cómo la celebración de mi cumpleaños quedaba eclipsada hasta desaparecer ante las movilizaciones en torno a ese día. Hasta el punto de que este jueves tuve que dar un codazo a mis hijxs para que me felicitasen, pero es anecdótico.
Llevo días flotando, como llevamos muchas, pasando de vídeo en vídeo y de artículo en artículo. Sabíamos que estaba por pasar algo gigante pero creo que ninguna se hizo a la idea de lo enorme que iba a ser. De todo lo que iba a arrasar. De todo lo que queda por arrasar.
Llevo días hablando con cada una de mis amigas, de veinte años o de diez o de cuatro, compartiendo una emoción y un sentimiento de pertenencia, una hermandad como nunca he sentido. Ha tenido que pasar este 8 de marzo de 2018 para que se instale en mi disco duro una noción fundamental que, antes difusa, hoy se hace patente, encarnada. Nadie, excepto ellas, han estado ahí sin quiebres ni fisuras durante los últimos años, ante cada caída y tropezón, ante cada duda, ante cada desierto y amenaza.
Nos estamos preguntando cómo se ha convocado (nos lo preguntan incluso ellos), y nos maravillamos por el colofón, sin creernos del todo lo que ha sido el intermedio (hace un año que se configuró la Comisión 8M y se planteó la idea de la huelga, con miles de horas de trabajo implicadas). Unas antes, otras después; unas más transgresoras, otras más contemporizadoras; unas más viejas (herederas y protagonistas indiscutibles de luchas de las que hoy aprendemos), otras más jóvenes, incorporando conceptos y lemas que no saben ni de dónde vienen, porque internet tiene ese don de la ubicuidad y pierde con rapidez la autoría o la mención.
Llevo al menos cinco años discutiendo de feminismo con mi hija mayor. Muchas noches en nuestras cenas, desde sus doce hasta sus diecisete, no ha entendido mis acaloramientos y ha cuestionado mis consignas. Ahora que está a punto de volar en todos los sentidos, estoy aprendiendo yo de ella, de un modo radical. Y me ha obligado a abrir mis nociones de lo que es “feminista”. El día 8, antes de las diez de la mañana, se estaba maquillando y lanzó desde el baño: “¡A la huelga con glamour!”
El mismo tiempo, entre medias, se ha comido todo esto mi hijo pequeño como espectador, al que a veces no dejábamos introducir su cuña. Cinco años menor, hace ocho meses que me dijo que quería ser chico, que lo era, que es hombre y se hace llamar con otro nombre que no le he dado yo. También me ha dicho: “mamá, tú me has dado la base sobre lo que es el feminismo y yo he he hecho mi research sobre las identidades y las posibilidades del género”. Es un chico en su enunciación y lo es acompañándome a esta manifestación multitudinaria, donde nos integramos sin conflicto en el pequeño bloque de las diversidades sexuales y de género que se juntaba con el bloque bollero. Allí quería estar y allí se sintió bien.
Yo soy una mujer cis, heterosexual, nacida en el sur europeo sin marcas raciales legibles, que tuvo oportunidad de estudiar y de formarse y que la aprovechó, pero que se desvivió por sus parejas hombres a pesar de tener algunas nociones de feminismo en los 90, creyendo aquello de que la igualdad ya había sido ganada y que estaba todo fetén; soy una mujer cis que se ha sentido ninguneada y cuestionada en multitud de ocasiones, pero que tiene su peor enemigo dentro de sí misma, por cuanto a menudo cifra su valía en lo que los hombres expresen de su trabajo o su personalidad. Esto, aunque parezca una idiotez, sigue marcando la identidad de millones de mujeres.
Salí el jueves de manifestación con mi madre de 70 años y mi hijo de 12, y lloré todo el tiempo. Me fui a casa y pensé en el sujeto “mujer”.
Llevo varios días pensando que el sujeto “mujer” que se ha construido para llevar a cabo esta movilización es una enorme red de negación de la violencia. Cierro los ojos, me escucho otra vez las canciones de la marcha, y logro hilvanar unas líneas. A todo aquel que todavía se esté preguntando de dónde salió tanta potencia, me gustaría responderle: no es algo espontáneo, es un trabajo que viene de muy atrás, es la construcción de una hermandad que no rechaza y que incluye, es la respuesta a la creación de una red que ha intentado proteger y paliar las violencias que sufrimos, de un lado a otro, de las niñas a las mayores, de lo genérico a lo sexual, de la raza a la clase.
Llevo varios días pensando mucho en ese “nosotras” y en por qué ese “nosotras” ha llegado a convocar movilizaciones en cada plaza y en cada rincón. El sujeto histórico del feminismo son las mujeres, pero estamos trabajando (desde muchos ángulos) en desplazar y rellenar de contenido ese sujeto. Y ese “nosotras” contiene mujeres jóvenes que no han abierto jamás El segundo sexo y a lo mejor han medio leído Teoría King Kong; contiene mujeres que limpian las casas ajenas y rellenan los huecos del cuidado que las educadas y profesionales delegan, para con niños o ancianos; contiene a las mujeres que ya han pasado cincuenta años volcadas en el bienestar de los demás; contiene a las migrantes que sobreviven sin papeles en nuestras ciudades y se enfrentan cada día a una detención; contiene a las que sufren enfermedades crónicas o problemas mentales que están propiciados por nuestra propia organización social competitiva, cifrada en un ideal de sujeto autónomo ficticio que ninguna puede actuar sin fracturas; contiene «a las mujeres con pene y a las mujeres con vagina, hay muchas más mujeres de las que te imaginas». Y ha de contener mucho más.
Llevo varios días pensando, o más bien sintiendo, que nada de lo anterior se puede contener en ese “nosotras” si no se abre y expande y se ubica en un lugar de rechazo a toda violencia. Que, si se ha conseguido algo inaudito este pasado jueves 8, ha tenido que ver con la lectura transversal y política de la vida de las “mujeres” como sujeto de violencia: económica, doméstica, laboral, sexual. Y que ese sujeto incluye a todas aquellas que sufren de ese mismo modo una violencia que se cimenta en un orden patriarcal y capitalista de nuestros cuerpos.
Llevo desde el jueves pensando que no voy a ningún lado, ni me muevo un centímetro, si no se incluye toda violencia. Creo que por ello, el “nosotras” es necesario, siempre y cuando esté así como en esteroides. Y estará bien. Si ese sujeto ha engordado, lo es porque incluye como motivo de protesta la violencia hacia las mujeres racializadas; la violencia por su origen de clase o por su tipo de cuerpo; la violencia sexual de cualquier orden, desde el piropo hasta la agresión o violación; la violencia hacia las que han migrado y sólo encuentran trabajo en el servicio doméstico; la violencia sexual y patriarcal hacia los niños; la violencia hacia las que, de cualquier signo, son asignadas al cuidado de los otros sin ser preguntadas; la violencia que se ejerce hacia sujetos que se salen de los esterotipos, con toda la diversidad de orientaciones sexuales y de género.
Nunca, hasta hoy, me había planteado el sujeto “mujer” central como lo han hecho las feministas clásicas. Creí, en algún punto, que habíamos trascendido esas dicotomías. Pero nos siguen siendo útiles si nos olvidamos de aquella “mujer” normada por el patriarcado que tiene un lugar en la sociedad y una serie de roles asignados. Nos puede ser útil, la categoría, si se trata de un sujeto definido por «nosotras» hacia un NOSOTRAS. Un NOSOTRAS que hay que hacer crecer de forma exponencial, según nos ha enseñado esta movilización.
Sobre la categoría “mujer” sigue existiendo una asignación y un disciplinamiento que nos divide, que nos utiliza y que nos mata, a veces. Lo que tengo claro es que ese sujeto “mujer”, si nos sirve y si puede ser resignificado, no se parece a ninguna mujer de las revistas femeninas y ni siquiera a una de nuestro entorno cercano. Es la suma de todas ellas, de Rihanna y de Martita “la que viene a casa”, de tu icono favorito de la juventud (véase, Siouxsie, Blondie o Cher) y del icono favorito de una teenager (quizá, Soy una pringada o la que quieras). Esa “mujer” es agraciada o no, es una que orina en tus ideales de belleza, es un monstruo de gran envergadura y te cagas del poder que ha reunido en torno suyo; sin atributos físicos definidos, con maquillaje y sin él, con minifalda y con mallas, gorda, flaca, negra y blanca, dotada de una fuerza descomunal, que se revuelve contra toda forma de violencia discriminatoria, y que está presta a levantarse y plantar cara. Esta “monstrua” también está dispuesta a golpear, ya le falta poco para reunir toda su fuerza.
Eso es lo que llevo días pensando.
Y gracias, “mujeres”.
PD. Cada año que pasa cumplo un año más y cada año soy más feminista. Mi madre, invariablemente, me dice al felicitarme «y cómo dolías, jodida». Así con el feminismo que me importa.