¿«Feminizar la polÃtica»? Lo voy a escribir una vez y no más, tan sólo con el fin de situar este texto. La expresión apareció en medio de una de las últimas campañas internas de Podemos, caló más de lo que hubiese deseado, y el eslogan (asà me referiré a él a partir de ahora) abrió un debate sobre cuestiones que me apelan y creo que son importantes: por eso escribo esto.
Pero: ¿de qué modo hablamos de esas cuestiones?
Me debatà como gato panza arriba contra el eslogan. Como no aclaremos ciertas cosas, ciertos términos y bases, dije, la expresión no puede más que confundirnos y hasta debilitarnos. Y hacernos chorrear textos de uno y otro signo. No es malo, no, el debate en sà mismo. Pero dispara mi prevención. Me he ido guardando los apuntes tan sólo porque el debate me encontró en los últimos meses de redacción de un libro cuyo tema está Ãntimamente relacionado –en su origen y desarrollo– con todo esto.
No pretendo en este texto forzar nada ni llegar a conclusión alguna. Busco dialogar con lo aprendido y, sÃ, quedarme con lo interesante del asunto. Hace ya algunos años, abrà una «investigación», espoleada por el debate que mantenÃamos entre varias, con mujeres involucradas en luchas feministas y sociales, sobre lo que llamábamos «retaguardias»: fue una manera de enfocar, en breves palabras, a lo que sostiene la polÃtica, el activismo y la movilización. Volveré después a esto.
Frente al escenario reciente de asalto institucional y de muchas personas (hombres y mujeres) «novatas» en la polÃtica de la representación (clásica), reclamando aquel eslogan, me pregunté qué querÃa decirse con él. Trato de diseccionar:
Si supiera definir qué es «polÃtica»… Dos mil años de tradición y academia dirigida por el orden patriarcal no se pueden subvertir en cien años, pero muchas cosas se han movido de su sitio. Dos tradiciones fundamentales se esconden detrás de la idea (a mi modo de ver, con poca academia):
En cualquiera de esas tradiciones, la polÃtica no tiene nada que ver, en absoluto, con la vida: con su reproducción, conservación y cuidado. Con la vida en su sentido más material y tangible.
De eso es de lo que saben las mujeres en todo el planeta, aunque no sepan nada (lo saben todo) de polÃtica: de cuidado y preservación de la vida.
Por ello, siguiendo esa estela de intuiciones, hace unos años la noción de «retaguardias» nos fue útil. No incluÃa ningún término «femenino», no se asignaba a una parte u otra, trataba de sacar al aire la discusión sobre la vida que se ha de cuidar, para sostenerla. Ya sea en el formato de guerra o en el otro, el del teatro de las identidades que tenÃa lugar en la polis, la vida era algo que se mantenÃa separado, apartado, naturalizado, dado por hecho, y estigmatizado incluso, de la idea de polÃtica. Mantenida por otras.
Con la noción de «retaguardias» (cargada del mismo léxico bélico, pero que valÃa por igual para nombrar el «hogar» de la contemporaneidad donde se esconden todas las atenciones a lo privado), pretendÃamos pensar y practicar una polÃtica que incluyese la vida de raÃz. La vida asà incluida en el nodo tendrÃa que, por fuerza, subvertir algunos órdenes. TendrÃa que introducir esa vida (sus condiciones de reproducción) en la polÃtica y dejarse de separar en «esferas»: ojalá.
Por ello se convirtió en mi tema obsesivo: los ¿cuidados? SÃ, entendidos en un sentido amplio, desgajados del enclaustramiento al que se someten en nuestra cultura (en tantas), y entendidos como una función social oculta, de modo interesado. Enfocados esos cuidados –tareas infravaloradas, cotidianas, ineludibles, dadas por hecho– como todo eso que produce la polÃtica. La vida, vaya.
Detrás de la sugerencia de Galcerán de hablar de «prácticas feministas» o de «devenir feminista» de la polÃtica puede haber muchas cosas rescatables: puede significar privilegiar procesos sobre resultados (el aprendizaje en común, colaborativo y horizontal como primer resultado deseable); puede significar incluir formas no normativas de polÃtica: el diálogo sin fines, la cháchara, como herramienta de aprendizaje común; puede querer decir incluir, todo el tiempo, a sujetos y sujetas independientemente de sus capacidades (¿niños? ¿ancianos? ¿diversos funcionales?). Las mujeres en esa polÃtica de la representación se han de adaptar al molde del sujeto normativo (el Blanco Burgués Varón Autónomo y Heterosexual en terminologÃa de Amaia Pérez-Orozco). Todo eso, todo ese desorden, podrÃa darse a partir de una concepción radical de lo que nos sostiene, las prácticas de cuidados, como práctica polÃtica ineludible; ese es el margen, esa es la grieta. Al menos la que me propuse enfocar, desmenuzar y contemplar desde las prácticas y experiencias de otros y otras.
Centrarme en los «cuidados» desde esta óptica tenÃa por fuerza que considerar la estructura que asigna esas labores al espacio privado, a lo doméstico, a la parte mujer de la sociedad. Es desde ahà desde donde la parte mujer (nuestras experiencias del norte y del sur, de lo rural y de lo urbano) ha adquirido saberes, experiencia y noción de su valor, no desde ninguna «esencia». Es desde ahà desde donde se pueden forzar las nociones.
Y buscar desde ahà una polÃtica «otra», un liderazgo «otro», un saber compartido y unas prácticas que mixtifiquen todo lo anterior.
Si la representación, las cuotas o los contenidos son importantes, donde me detuve a mirar es en las prácticas, las experiencias más o menos azarosas que encontré, de esa interrelación. El camino emprendido para escribir este libro fue de escucha, registro y observación de lo que tenÃa a mano. Cuándo, dónde y cómo se produce una polÃtica que cuide o unos cuidados que se incorporen a lo polÃtico. ¿Era posible ver una cosa y la otra juntas? Algunas cosas encontré, claro. No agoto aquà ni agoto allà el tema.
Independientemente del éxito o fracaso de las nociones, muchas cosas se han hecho y se están haciendo (el reciente órdago de la huelga de mujeres no es tema menor): lo que sucede es que cuando insistimos en los palabros se nos escapa lo concreto. Lo concreto es lo que lleva en sà mismo la noción de «cuidados» que, cuando interrelacionamos con la polÃtica, llamamos «retaguardias».
En uno de los encuentros de estas últimas semanas con Rita Laura Segato (quien confesó que «feminizar» no le incomodaba, como idea que incorporaba la experiencia y la historia de las mujeres en el devenir del mundo actual) y con Raquel Gutiérrez, Rafaela de Territorio Doméstico nos dijo: «Basta de etiquetas». En su experiencia, tanto debate sobra. Y puede que tenga razón.
Estas mujeres, que se habilitan como sujetos que toman la voz y la acción desde sus contextos situados (el del empleo doméstico y el de las migrantes) tienen demasiado que enseñarnos. Una parte de su experiencia, también, ha sido recogida en el libro. Ese debate inagotable, que espero que se agote en tanto que palabros y nos permita la práctica de una vez, es el de una polÃtica que produce realidades sin dejar a ninguna fuera.
Hay mucho que subvertir todavÃa. Todo esto, me dijo otra de las personas entrevistadas en el libro, hay que entenderlo como una «laborcita de zapa».
Lo que me enseñaron estas mujeres (y bastantes de las personas entrevistadas) es que la polÃtica otra se hace, se experimenta, se disfruta, se encarna, se siente, se cuida y se baila. Y es una función del cuerpo, no divorciada de la vida, tan intensa y tan profunda como ésta. Nos falta mucho para desordenarlo todo, pero estamos en ello.
// «Trincheras permanentes» aparecerá en mayo editado por Pepitas de Calabaza //
/// Me he estado guardando estas notas, pero también han tenido lugar a partir de la visita en España de Raquel Gutiérrez y Rita Laura Segato, en el contexto de las presentaciones de sus libros editados por Traficantes de sueños. He aquà una coleccción de enlaces.
La guerra contra las mujeres (de Rita Laura Segato)
Horizontes comuniario-populares (de Raquel Gutiérrez)
Y el montón de artÃculos que desencadenó el eslogan y la discusión reciente:
Silvia L. Gil: Feminización de la polÃica
Mª Eugenia R. Palop: Feminizar la polÃtica
Gala Pin: Hombres de más 40 años con corbata
Montserrat Galcerán: Feminismo de gestos
Clara Serra: Feminizar la polÃtica para una polÃtica feminista
Luisa Posada Kubillas: ¿Quién «feminiza la polÃtica»?
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