No valen como muestra estadística, ok. Son Pepito y Margarita Cualquiera. Son mis vecinos desde hace un año y medio. Uno siempre guarda cierta ilusión de encontrarse con vecinos majos cuando se muda de piso. Mi cambio además vino motivado, entre otras muchas cosas, por no poder sentirme ni medianamente bien rodeada en donde vivía entonces -un barrio muy bien de Madrid-.
No se elige a los vecinos, como no se elige a la familia, pero peor. Compartimos un patinillo de esos de cuerdas para ropa y máquinas de ascensor. No tengo más narices que encontrármelos cada día cuando cocino el almuerzo o la cena -cocinar es ETA-.
Y me dejan asistir -no se esconden ni hablan más bajo- a sus conversaciones familiares en la cocina. A su felicidad ausente. Hablo de felicidad porque no puedo hablar de disonancia: no es disonante aquello que no reconoce su propia contradicción.
Es, por tanto, feliz, en el sentido de que no ve más problemas que los que se derivan de su burbuja de vida, y a estas alturas no les he escuchado protesta de ningún tipo, sobre lo que ocurre a nuestro alrededor, salvo alguna vez, tímidamente, sobre los “recortes” o el «euro por receta». Son un matrimonio de cierta edad, tienen sus achaques parece. Nunca se asoma en sus comentarios un “podría ser de otro modo”.
Como todos, como el 99%, tragan y tragan, y no hay afuera en su forma de tragar.
Después de todo este tiempo, he llegado a la conclusión de que son el ejemplo perfecto de ese español que ha comprado todos los tickets para dejar de ser clase obrera para siempre. Que se lo sigue creyendo.
He llegado, también, al punto de que no quiero asistir a sus conversaciones, no sólo por lo que tiene de voyeur acústico, por cuanto me sacan de mis casillas. Cuando hablaba con “mis amigos de antes”, pensaba en ellos como ejemplo de aquellos que aún, tras cinco años de crisis, no se han dejado afectar. Así que hoy estaba cocinando un revoltijo de garbanzos con cierto aire turco, mientras escuchaba la colección Fundación Robo con volumen alto en las orejas. No es algo que me guste hacer. Pero ya sé suficiente.
Tienen algo de tiernamente antiguo, en su pequeñez, cuando no muestran más que las preocupaciones que les afectan. Es legítimo. Me hacen recordar a algunas personas conocidas que sólo levantan la voz cuando a ellos se les está haciendo la puñeta -directamente-. Y, con Herreros en mis orejas, volvía a preguntarme, si es tan fácil, y si el problema es común, por qué no somos más. Teniéndolos de vecinos -y sabiendo que no disfrutan de una seguridad económica mucho mayor que la mía, con la diferencia de que me sacan veinte años-, hago el birlibirloque de tomar la parte por el todo e imaginarme que son uno de los miles que deberían habérsenos unido en la política de cualquiera de la que tanto hablamos.
Porque podemos admitir, imaginación no nos falta, que la treintañera crecida en un barrio de clase media alta, con abono en el Auditorio Nacional y muchacha interna desde que tiene uso de razón, no encuentre motivos para la indignación. Pero estos vecinos míos se parecen mucho a cualquiera de nosotros.
Y, sin embargo, ellos no reconocen el afuera. Una vez les escuché hablar sobre la ILP hipotecaria, y estaban cabreadísimos con la idea de que alguien pudiera devolver el piso en concepto de pago. “¿Quién paga mi hipoteca? Yo lo hago.¿Y quién paga la de mi hijo? Pues lo hace él”, y sus palabras caían modositas en el entendimiento del matrimonio de más de treinta años. Ellos se creen a salvo. Ellos -válgame la superioridad moral que destila todo este texto, lo admito, lo odio y lo asumo- no admitirían ni siquiera reconocerse colaboradores.
Menuda sorpresa cuando nos vengan a sacar a todos los ojos.
La boda. Llevo meses escuchándoles hablar de los preparativos de la boda. Pensé que todo acabaría una vez que la fecha pasase. Sin embargo, ahora me toca escuchar los pelambres de la sesión, quién hizo un desplante, quién marcó un gol. Y el dinero, omnipresente. Sé con pelos y señales cuánto costó todo y de qué bolsillo ha salido. Es bonito darse cuenta de que al menos en una familia española no tienen ningún miembro en paro.
Estas semanas, el borrador que tenía pendiente de escribir quería reflexionar sobre las docenas de textos que han hablado acerca de las derivas del 15M en forma de partido político. Cómo, qué, cuándo, quién se organiza en un partido. Si tuviese mucho más tiempo libre, escribiría las razones por las que esas derivas me dan yuyu. La vuelta a la constricción de la política (en tanto que discurso) al hecho de estar organizados al asalto de la institución por vías electorales. Lo hemos hablado en docenas de texto y se ha debatido en asambleas. Puede que no sea así, puede que simplemente se trate de otra herramienta para trabajar, tan válida o útil como las demás. Aunque me niego a que las asambleas se disipen en un trabajo de organización de partido político, la sola palabra organización me produce bastantes resquemores, y aleja de mí -y creo que de gente como yo- la posibilidad de que continuemos pensando la política de cualquiera. Aquella que me es posible.
Estaba estos días repartiendo la cena en los platos y le pasé uno a mi hija pequeña, que me pregunta “¿Éste para quién es?” “Para cualquiera”, contesto.
Tengo un problema con este texto, y es que es el gesto más pasivo-agresivo posible en esta situación: pero podéis haceros cargo de que no me toca a mí golpear su puerta para convencerles de que las demandas de la ILP hipotecaria son justas. He pensado mientras tanto en fabricar propaganda subversiva personalizada para su buzón. También he pensado, sigo, que hay que tomar la televisión.
Pero, ¿por qué? Si cada quince días nos reunimos en asamblea abierta y estamos en la plaza y lo anunciamos en carteles y se integra cualquiera que le apetezca quedarse un rato a hablar.
Porque, claro, mientras el afuera no les afecte, mientras uno de ellos no tenga un problema serio, mientras no les recorten las pensiones al fin o les obliguen a una tasa abusiva cada vez que van al médico, su adentro parece bastarse a sí mismo. Como nos bastó antes, más o menos, a la mayoría.
Y sigo dándole vueltas, mientras fabrico una fideua o un gazpacho, a eso de la política de cualquiera. Y no tengo ninguna respuesta absoluta y sí un par de ideas -y, si nuestras vidas no fuesen tan precarias, quizá este post no sería un post-:
a medida que este nuevo nervio político se “profesionalice” y trabaje en espacios más concretos, institucionales o de poder, más y más de nosotros se van a quedar descolgados, puesto que son muy pocas las vidas que se pueden permitir una participación intensiva y un descuido de los problemas inmediatos -dependientes, mayores, niños-;
puedo entender que no le apetezca venirse a recorrer las calles de Madrid cada pocas semanas, pero también le aseguro a la señora Cualquiera que en cualquier momento le puede venir bien abandonar su burbuja, tan pronto el milagro español se estrelle en sus balcones;
si esta política que nos creemos que hacemos no puede ser de ella, mi vecina Cualquiera, suya, señora, si el ímpetu y la energía y las demandas y las ganas de cambio no pueden ser suyas, tampoco pueden ser mías. Y regreso a la obsesión que me enreda desde hace meses, quiero saber qué podemos hacer para que las haga suyas, si le da la gana. Sería conveniente que no esperasen ustedes -que no esperásemos ninguno- a arder violentamente o a hacer crac.
jo, esta es la gran pregunta… A mi me vienen dos respuestas que están en construcción todo el rato, pero ahí va su forma actual
1) en la que sí somos el 99% pero a algunos les (nos) da miedo sentirse parte de ese 99%, es decir, vulnerables y por eso siguen negando la situación que es negarse a ver que son tan 99% como el resto. Es el efecto secundario de la socialdemocracia: eres pobre porque eres vago (o malo o feo…) y como yo no soy ni vago, ni feo, ni malo pues no seré pobre.
2) no hay un 99%, sino que hay personas de izquierdas y personas de derechas y a las personas de derechas no les preocupa lo que no les toca. Sí, esa es mi definición de derecha e izquierda aunque sea básica, pedestre, etc. Ummm, apostillo al hilo de la conversación del sofá paralela, que tal vez todxs tengamos una parte de derechas, más o menos pequeña en nuestro interior.
Gracias por dar forma a las cosas!
[…] estas reflexiones, un domingo más, con las conversaciones sin contenido político de mis vecinos Cualquiera, de esa clase media que sigue viendo los recortes como un mal necesario, como una necesidad de […]
Es una cuestion, LA cuestion, que revolucionarios de todo pelaje llevan preguntándose 200 años… mientras tanto, gracias por describirlo tan bonito.