“En primer lugar, mi señor, el estado de los hechos es el siguiente: el anabaptismo se extiende solapadamente; no tiene un único cabecilla, al que sea posible cortar el cuello para no pensar más en ello; no tiene un ejército al que derrotar en una batalla; no tiene fronteras propiamente dichas, se propaga ahora aquí, ahora allá, tal como hace la peste negra cuando, saltando de una región a otra, siega las vidas de sus víctimas sin la menor distinción ni de lengua ni de estado, aprovechando el vehículo de los humores corporales, del aliento, del simple borde de un vestido; de los anabaptistas sabemos que prefieren la clase de los trabajadores manuales, pero puede decirse que estos se encuentran por doquier y que por lo tanto no hay frontera que pueda estar segura; ninguna milicia ni ejército, en efecto, consigue impedir el avance de este ejército invisible.”
Q (p. 270)
La novela firmada por Luther Blisset (1999) relata la historia de algunas de las herejías del siglo XVI como una guerra de clases, leída en términos marxistas. La wikipedia (sí, eso) escribe “movimientos sociales radicales” en lugar de herejías, y así es como creo que los Wu Ming los pintan. Una re-lectura tan potente y necesaria como la que realiza Calibán y la bruja sobre la caza de brujas de la misma época. No se trata de una fe contra otra, sino de los que tienen al dios del dinero contra los que no.
El Papa y el catolicismo de Roma es el poder del Emperador y las noblezas europeas. El luteranismo irrumpe, pero se alía pronto con los pudientes, banqueros, mercaderes de ese comienzo del capitalismo. Los movimientos heréticos se alzan como religiones para los pobres y desposeídos, prometiéndoles un cielo en la tierra.
Consiguen dar algunas batallas y preocupar a los poderosos. En Münster, el pueblo llano se hace con el control de la ciudad en 1534. “Y para ello tenía un plan: reunir a todos los baptistas y hacerles desertar del mundo, ese mundo de esclavitud y prostitución al que los poderosos querían condenarlos para siempre” (243).
Dejando de lado la muchísima simpatía que las ideas heréticas de estos tipos me han despertado, el libro incide en el poder que adquieren estando juntos, construyendo un espacio.
Luther Blisset no lo escribieron para explicar este momento, pero la comparación es inevitable y fecunda. Nosotros somos los herejes, los que pueblan Q, en especial anabaptistas.
Si llevo la comparación hasta el final (spoiler aquí): “Es decir, es menester reunir a todos sus cabecillas, a todos los Müntzer, a los acuñadores, a los apestados, en un único lugar, todas las manzanas podridas en un solo cesto” (271). Tampoco explico mucho más que lo de siempre: la revolución de los humildes atraerá toda la fuerza del poder.
No nos queda otra que ser herejes sin religión. Dígase, una “fe” como la democracia, y ningún lugar donde ejercerla más que en los espacios y los modos que inventemos. No nos queda otra que guerrear de otra manera por construir una tierra nueva, un cielo nuevo, porque ya no hay más vida aquí dentro.
Cada día más personas encuentran su motivo para salirse.
Es necesaria una acción que lo transforme todo. Y el 25S podría ser esa acción, unas coordenadas para volver a encontrarse, reconocernos en el espacio, ponernos cara y obtener poder de la herejía.
Cuerpos. Tendríamos que ser muchos miles, decenas de miles de cuerpos. “De lo que se trata es de reconquistar la iniciativa expresando con los cuerpos lo que ya nadie niega” ¿No son los cuerpos una materia demasiado débil? No quiero explicar cómo acaba la rebelión de Münster.
Contenidos, símbolos, consignas. Atronar las calles con un grito. Hablo desde lo abstracto, el delirio de imaginar cómo puede ser, cómo quiero que sea esa gran performance. Va a mirar el mundo entero, si lo hacemos bien.
El debate y el posicionamiento (me sumo / no me sumo) se está dando a cada hora y esto es una reflexión en voz alta. Como la voz de una que quisiera estar en las reuniones y no puede poner su cuerpo en todas partes. Aquí no encontraréis un no/si, este es el lugar en que mis heterónimos se hacen preguntas. Y el lugar en el que digo que me acerco y me alejo tantas veces como aparece la torpeza de no sumar (y perder o ganar, quién sabe) en esta acción.
Desde las manifestaciones de julio, la obsesión ha sido el Congreso, vallado desde el día 11. La obsesión del territorio. Es nuestro pero no podemos acercarnos. Es el “lugar” de la democracia, que por ende no es nuestra. No hay metáfora en esto que escribo.
No me da miedo el vacío, el vértigo posible. Me da miedo el cuerpo. Ellos son ejército y nosotros simple masa. Guerrillera, eso sí, con una mente cada uno, con una asfixia y unos sueños muy concretos. No podemos más de consumir sueños, queremos realizarlos. “Pero nosotros esperamos otros cielos nuevos y otra tierra nueva, en que tiene su morada la justicia, según su promesa” (247, no es casualidad que la frase suene prácticamente idéntica a otra que citaba en el último post).
Dadaístas. Guerrilleros-fantasmas. Herejes variados. Eso, también, somos. Leer Q entrega esa dimensión de reconocimiento: siempre hemos estado en el lugar del hereje, aunque no lo supiéramos. No nos vale vuestro dios dinero, no nos vale vuestra Iglesia-democracia. Nos salimos. Y por eso nos veo en Münster, tomando una plaza, pero creo que tenemos que ser lo suficientemente inteligentes como para no jugar toda la baraja al territorio. No sé si sentarse alrededor del símbolo de su democracia es el mejor plan, pero no tengo una alternativa que aportar, salvo una gran performance de megáfonos sonando en todas las octavas: “Dimisióooooooon, dimisióooooooon, dimisióooooooon”.
Del recorrido de varias décadas en la historia de Q, aún se puede sacar mucho más. Por ejemplo, que no hay victoria ni derrota que sea definitiva. Cuenta mucho más haber dado la batalla, sea con el resultado que sea.