Toda vacación es un asunto que compete a la ficción, no a la realidad.
Escribí en otra entrada, hace un año. Hoy, volviendo del mismo lugar que inspiró aquello, reescribo la oración:
Toda vacación es un asunto que compete a la reproducción, y en ningún caso a la producción.
Toda vacación es una ficción desde el punto de vista capitalista, y en ese sentido no me contradigo. En ese embudo, no se concibe nada más allá de la producción, y las vacaciones son algo forzado, antinatural, culposo. El capitalismo entiende la reproducción -de la vida y de la fuerza de trabajo, claro- como una zona subsidiaria, que aboliría de buena gana. Ese camino ya está emprendido, por lo demás.
Escribir reproducción al lado de producción es para mí un hecho «novedoso», que sale de una de las lecturas más intensas que he hecho este año, un ensayo llamado Calibán y la bruja. No he leído lo suficiente para saber si ya se pareaban antes de que los feminismos revisaran la historia y la economía, como hace Silvia Federici en ese ensayo. Para mí ha sido radical y estimulante conectar reproducción, en un texto económico, al lado y con el mismo valor que su ‘hermana’ producción.
Calibán y la bruja muestra, entre otras muchas cosas, la forma en que el capitalismo segrega ambas facetas (quizá el primer problema está en considerarlas ámbitos distintos); para poner la segunda, la reproducción, en el gueto de lo privado, destruyendo de paso conocimiento colectivo y sentimientos de pertenencia; encerrando a la mujer en ese territorio, sin el que no puede regenerarse la fuerza de trabajo.
Asimismo, creo que uno de los hallazgos de los recientes movimientos sociales ha sido extender y machacar la importancia del concepto «reproducción», como motor necesario pero invisibilizado del capitalismo, a través del gran saco del “procomún”. Las tareas necesarias para la reproducción de la vida, los cuidados, la salud, la alimentación o las relaciones de una comunidad integradas en un marco de bien intangible común.
Todo esfuerzo encaminado a trasladar la economía de la reproducción de lo familiar-privado a a lo común-comunitario retuerce la mano, mínimamente, al sistema, que pretende mantener baja, censurada, marginal, la importancia de la reproducción de la vida, mientras se nutre y lucra de sus productos, a los que llama fuerza de trabajo.
Y es en esos mínimos gestos donde creo que está la revolución que necesitamos.
Poco antes de salir a mis vacaciones, por las que lloraba, imprescindibles para poder pensar algo diferente de “Estoy agotada”, caí por casualidad en un texto (no mencionaré, sobre todo porque no me acuerdo de dónde localizarlo y pa qué) que se preguntaba si de verdad teníamos tanta necesidad de vacaciones. Y discurseaba ad nauseam sobre el deber, la obligación de arrimar el hombro y apretarse el cinturón… y otras expresiones definitivamente dignas de guillotina. Cerré aquella pestaña con rabia y seguí haciendo mis cálculos sobre cómo conseguir parar la producción de la que sobrevivo por cinco días, cinco puñeteros días.
Más tarde me vi en un camping, con mis hijas, ahora jugando, ahora leyendo o durmiendo y me di cuenta de que toda mi energía estaba focalizada en nosotras y nuestras pocas necesidades. Algo de comida, un libro de aventuras y herejías y un poco de ropa ligerita. Saliendo y entrando del agua hasta que empecé a sentirme un pescado. Esos cinco días han sido ficción, por cuanto mi única preocupación consistía en mantenerme viva, alimentarme, hidratarme, dormir, no pensar, querer a mis hijas. Pero es ficción únicamente dentro de este sistema, perverso y podrido.
La realidad no puede ser la otra: la que nos enferma, nos conduce a depresiones o ataques de pánico. La realidad no puede ser atarse voluntariamente a una maquinaria cedida, más o menos física, más o menos inmaterial, mientras olvidamos aquello que de verdad nos nutre o nos compone. Aquella sonrisa, aquellos ojos azules.
Vacaciones como ficción solo en tanto no se pone en crisis el sistema. Se le hace el juego, guardando algo de culpa por haberse salido de la producción, por un tiempo variable y siempre finito. Pero mantenerse vivo y estar entero para las personas que lo quieren a uno no puede ser ficción.
La relación presente entre el tiempo de la producción y las vacaciones es la auténtica ficción. En este discurrir, recordé las viejas, antiquísimas vacaciones de la niñez. Abuela, madre o tías cargaban y descargaban tuppers, neveras y toallas; fabricaban bocadillos, tortillas, filetes, papillas; cuidaban a los niños, la casa o apartamento en la playa; terminaban de recoger la cocina y ya estaban preparando meriendas de pan con chopped. Recordé vívidamente a una de mis tías, tendría yo 8 o 9 años, quejándose de que no existían las vacaciones, de que hacía exactamente lo mismo que el resto del año, pero para más gente.
Recordé esto fregando los platos en el camping, junto a otras cuatro o cinco mujeres de todas las edades, y me di cuenta de que el verdadero poder oscuro no está en las brujas que fueron quemadas por decenas de miles, ni en los movimientos que se insiste en llamar antisistema -que buscan, generalizando, dar un poco más de valor a la vida y menos al capital-; sino en la operativa de un sistema que te hace creer que ese trabajo, sí, trabajo de la reproducción es menos importante, no tiene valor, es natural, intuitivo o particular de las madres, es privado y vergonzoso.
El auténtico poder perverso está en este sistema que te hace creer que mantenerte vivo, y todos sus trabajos asociados, es motivo de culpabilidad.
Estar de vacaciones de verdad. Poder incendiar la ficción del trabajo. Refabricar la relación de fuerzas entre la vida y las cosas. Urgente.
El equilibrio no existe y nuestra vida es, por eso, poco menos que insufrible. Cinco días de reproducción no me alcanzan para arreglar el resto, 360 escribiendo delete encima de quién soy yo. Por eso estoy en las calles, en las plazas, en las algarabías contemporáneas en las que nos celebramos. No hay otra, porque esa ficción inmensa y totalitaria tiene que caer, así, despacito o aprisa.