Carolink Fingers
30.12.2011

Labour of love II

por carolinkfingers

En uno de los mejores libros que he leído este año (Mata a tus ídolos, de Luc Sante), hay un texto llamado «El molde».

Es difícil elegir uno solo de los artículos de este libro, obra que abarca textos de más o menos una década, compuestos a partir de las preguntas, obsesiones y temas preferidos de este periodista y crítico cultural, belga de nacimiento, afincado en Estados Unidos hace 50 años y sin pasaporte (el dato me encanta).

«Estaba predestinado a trabajar en una fábrica. Nací en una ciudad belga dedicada a la industria textil y mis antepasados habían trabajado en las fábricas durante al menos dos o tres siglos (…)» (89)

«Mi padre no quiso que siguiera sus pasos. Nunca me empujó en una dirección en particular, pero desde muy pequeño me dejó claro que el trabajo mental es preferible al trabajo físico (…)» (90)

Entonces, cuenta sus primeros pasos en el mercado laboral, en un suburbio de Nueva York, siendo todavía un mocoso colegial que, intuye, irá a la Universidad pero no cuenta con una familia de recursos. Se entera de la existencia de una fábrica de plásticos en la que «contratan» a menores que legalmente no pueden trabajar:

«El lugar era territorio para tipos duros y yo quería encajar en esa categoría. Pagaban poco, las condiciones eran brutales, el trabajo era incesante y la plantilla era probablemente peligrosa» (92)

Así que entra y aguanta, cosa que no pueden hacer otros compañeros de clase que se atreven. Pasa varios meses colocando plástico en los moldes, soportando los ciclos de cuatro minutos, abriendo máquinas hirvientes para sacar la pieza antes de que se «congele». Descubre el sentimiento de «alienación», aunque ni siquiera se da cuenta, y trata de leer libros de prosa breve, de látigo, o la poesía de Ginsberg, para aguantar las jornadas.

El artículo, como pasa en todo el libro, está repleto de plásticas descripciones y análisis que traspasan desde la experiencia personal a lo social y político. En el final (spoiler, pero me da igual) recuerda haber consultado, poco antes de ingresar a la Universidad, los folletos de orientación al empleo que repartían en el instituto. Se sorprende encontrando un folleto de, precisamente, de «Operador de máquinas moldeadoras por inyección«, el trabajo que acaba de abandonar y realizar sin preparación previa.

«¿Qué puede llevar a alguien en una sociedad justa a realizar este tipo de trabajo? ¿Se debería reclutar a todos los jóvenes para trabajar en fábricas durante un año? ¿Debería el trabajo en las fábricas de plástico reservarse como castigo para ladrones de guante blanco?«.

La conclusión de sus preguntas es de un lapidario que te deja en cueros y el texto no se agota en la última palabra (el subrayado es mío).

Dejo a Sante. No he pasado por una fábrica, o por una planta de plancha industrial, o por una conservera, o por una ETT de limpieza de oficinas. Tengo otras experiencias de trabajo duro, alienante y precario.

Ahora se supone que mi trabajo no es duro, ni alienante, pero sí muy muy precario.

Estoy actualmente preparando un reportaje (que no me pagarán, y lo contaré en el propio reportaje) sobre la desnutrición a la que se está sometiendo desde hace años a la profesión periodística: sí, a raíz de #gratisnotrabajo. Suena, así, demasiado amplio, por eso me centro en la figura del freelance, ese personaje que no pertenece a las redacciones, que no genera gastos a las empresas editoras más que la pieza que es capaz de entregar, y que ha visto en los últimos cinco años cómo las tarifas, nunca desorbitadas, se han enflaquecido con un paludismo proporcional a la caída de las ventas de publicidad.

Personaje en el que me encuadro (mal) y que probablemente sea legión en estos tiempos.

La única vez que trabajé en una redacción, lo hice bajo un contrato de «autónomo dependiente». El penúltimo de los timos sangrantes.

Es crucial que se abran los datos, como hizo la periodista que denunció una oferta de trabajo en la que pagaban 0,75 € por artículo. Pero vamos tarde. Esto sucede por lo menos desde hace una década. Y desde hace cinco años, hemos estado aguantando que un artículo de 4000 caracteres sea pagado a 30 €. Que un reportaje que antes cobrabas a 400 ahora deje 200. Que una pieza que metía en tu cuenta (dos o tres meses más tarde) 60 € te lo ofrezcan ahora a 20 €.

Y te lo comes, si quieres, o si no viene otro y lo escribe.

Quizá es porque ya estoy mayor o porque, además, trabajo en otro tipo de proyectos: acepto alejarme de la profesión del periodismo, hay que comer.

He dicho no.

Cada uno de los artículos que escriba a 20 € me quita una noche de trabajar en mis propios proyectos. En la escritura que demoro un año y otro y en cuidar de mis hijas. Cada uno de los artículos en los que, además, como explica este artículo, no seré libre de mojarme a pesar de poner mi firma, me aparta ocho o diez horas de otra actividad que sí me pague las cuentas.

Acabo de recordar los inicios en la escritura de John Cheever. Primeros de los años 50. Le compraron su primer cuento en The New Yorker (creo) por 1000 dólares.

No, no me apetece seguir malvendiendo mi trabajo. Por un lado, Internet fagocita contenidos, pero todos somos responsables de dejar de llenar la red de basura infame. Por otro, si la prensa cultural (en la que más he colaborado) termina desapareciendo, será otro signo de los tiempos. Pero sé que no desaparece, puede que pierda del todo su carácter comercial. ¿Y?

Trabajo intelectual, según la generación de Sante, era mejor que trabajo físico. Sin embargo, esto que él aplica a la fábrica no está lejos de cómo he sentido mi relación con lo profesional, ya veinte años:

«El trabajo era a la vez real e irreal» (97)

 

 

3

comentarios

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eltransito dice:

Mucho ánimo con tus proyectos personales, si el trabajo por cuenta ajena a no sirve ni siquiera para poder comer casi mejor, como dices, nos ocupamos de nuestros propios proyectos que en el peor de los casos nos engordarán el orgullo 😉

Carolina dice:

En realidad, el trabajo por cuenta ajena es el que me da de comer, no tengo otro, pero no las colaboraciones en medios, que antes pagaban, quizá, la mitad de mi cuota de autónomos, y ahora apenas un 10% …

[…] a sacar a colación el libro Mata a tus ídolos de Luc Sante: entre otras cosas, descubrí que él, como yo, se alimenta de obsesiones para escribir sobre […]

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