Ensaladas felices
Hay dÃas felices. Que vienen sin que nadie los espere. Que después se paladean como una ensalada de zanahoria aliñada con limón. O como el recuerdo de una ensalada de col aliñada con mostaza. Sabores fuertes y picantes. Frescor de final de invierno. DÃas que empiezan en un coche lleno de botellas de plástico y periódicos. Y que acaban volviendo de noche a casa, pasando a oscuras curvas de carretera, escuchando otra vez el disco que nos trajo hasta aquÃ.
Botas llenas de barro y llegas a la ciudad. Sobre el empedrado tu ropa parece de montañera. El pelo enmarañado. Un restaurante, una librerÃa, una plaza. Civilización.
Es 16 de Marzo fuimos Anne y yo a Toulouse. Lo sé, el dÃa exacto, porque tengo un ticket de Ombres Blanches, la librerÃa que se merece espacio propio. Y que lo tendrá. Más adelante. También lo sé porque al dÃa siguiente es el cumple de Eliane, la madre de Anne. E hicimos una minifiesta y yo le regalé el libro de Kristoff.
Pero ese miércoles pasamos el dÃa en Toulouse entre chiribitas de felicidad inesperada. Uno de esos dÃas. Sin razón aparente.
Llevas quince dÃas en el campo, sin salir, tratando de escribir. Lográndolo, de hecho. Y todo va bien. Quince dÃas en los que sólo te permitiste descansar uno. A pesar del agotamiento provocado por la mudanza de ciudad y de paÃs + el lÃo inesperado que trajo la posible decisión de marcharte a trabajar a Hong Kong.
Una posibilidad que se deshizo en humo un lunes por la mañana entre las brumas del jardÃn casa de J., a las afueras de Auch. Decisiones con frenazos. Sin respiración. Quinto trampolÃn. Respiras, te lanzas y en el trayecto eres pequeña, de golpe, te da miedo que al caer el agua sea una plaza de cemento. Te tiras y en el aire te detienes. Pero sigues cayendo. No hay manera de detenerse. Ni siquiera en el campo. Los dÃas pasando, con el tic-tac de la cabaña. Implacables. Tiempo, concentración, palabras.
Vale, decisión tomada (por ti). No te vas a otro paÃs (más). Sientes nostalgia de futuro de lo que se presentaba como una auténtica escenografÃa de huida hacia adelante. El total r-evolution de Oriente cambiado por el plan inicial de detener el tiempo.
Y ya estás en otro paÃs. Entre ciudad y ciudad, el campo. Y escribir. Céntrate. Te centras.
Abres este blog, te dejas la espalda sentándote quince horas por dÃa. Y ahora piensas, cuatro meses después, que quieres escribir, pero que quizá te quedes (o te consagres) como lectora obsesiva y nada más. Y nada menos.
La historia de Agota
Anne se ha ido a su consulta médica. Hemos comido en Chez Navarre, un restaurante de los que aquà llaman «mesa de invitados». Una mesa corrida con bancos donde come gente en su hora de pausa del trabajo. Es mediodÃa. Comemos las ensaladas mÃticas mencionadas al inicio de este post y que constituyen el núcleo sinestésisco de los recuerdos felices de este dÃa.
Después de arrasar con la mesa de postres y de vinos (por 14.50€ puedes comer y beber hasta hartarte) quedamos en encontrarnos en un par de horas en la Plaza del Capitole, la plaza mayor de Toulouse. La comida me ha dado una sed horrible. Esa sed que, aunque quede pedante, diré que sólo puede calmar la lectura. Entro al lugar que mejor conozco de esta ciudad: la susodicha Ombres Blanches. Tiene un fondo inmenso y unos libreros guapos. Zona infantil, zona ados (como llaman aquà a la literatura juvenil), zona polar (como llaman aquà a la novela negra), zonas escondidas y vedadas para mÃ, zona de cómic, jardÃn interior y mesas inmensas de novedades y recomendaciones.
La directora de esta librerÃa fue un tiempo Isabel Desquelles, una escritora «joven» que vive en el edificio de la madre de Anne, (la casa donde pasamos el post anterior). Su primer libro, Je me souviens de tout, es una novela que nunca he llegado a leer y que Isabelle publicó con éxito arrollador e inesperado en 2003, la primera vez que yo estuve en Toulouse y en casa de Anne. Ese tÃtulo, Me acuerdo de Todo, me parece excelente para una recopilación de Me acuerdos eventual. Desde 2003 ha publicado cuatro novelas y un ensayo autobiográfico (un récit, lo llaman aquÃ) llamado Fahrenheit 2010. El tÃtulo hace referencia al último año que paso en la LibrerÃa, quemada y rodeada de libros. Sufriendo el sÃndrome de la librera quemada. Hoy trata de encontrar editor para su último trabajo.
Esto de las nomenclaturas de los géneros es divertido. Cuando buscaba el libro de Olivier Adam, le pregunté a uno de los libreros guapos por Passer L`hiver , un libro de contes. El tipo se rÃe. «¿Contes?» «-SÃ, contes.» No son contes, son nouvelles. Noo. Pero nouvelles son novelas breves. Pasar el invierno es un recueil de neuf nouvelles, es decir, una compilación de nueve cuentos, no de nueve novelitas. Contes son cuentos, leyendas, al estilo fairy tales. Nouvelle es relato. Vaya jaleo.
¿Y cómo llamarán a las novelas breves?
El librero guapo me encuentra el libro de Adam. Que ya dije que no fui capaz de leer, por nivel y por acidez. Se lo quedó Anne, que tampoco se lo tragó. Este libro no pasó el invierno. Se quedó varado en las montañas de libros del estudio de Kevin y Anne. La casita azul de la portada espera a oscuras y sola a que pase a su vez el verano.
En la mesa de recomendaciones encuentro un libro que se llama Le Grand Cahier, de portada fea, finito y barato. Lo hojeo porque tengo ganas de leer a esta tipa, Agota Kristoff, no sé exactamente por qué. Me siento y empiezo la primera pagina. Y se produce el milagro. Lo entiendo todo. Hablan dos gemelos, que sólo en la tercera parte de la trilogÃa de la que este gran cuaderno es primera parte sabremos que se llaman Klaus y Lucas. Porque lo puedo leer, lo compro. Aún no sé dónde me he metido. Vosotras tampoco.
En el próximo post seguiré con el cumpleaños de la madre de Anne. Como veis, este blog esta plagado de drogas y rock and roll.