Mientras escribo, LA AUTOEXIGENCIA Y LA AUTOINDULGENCIA (conviviendo), una bloquea lo que la otra permite. Pienso en la figura del editor. Pienso en preguntar. Pienso en la entrevista en Teleráma a Gallimard. Por pensar. Pienso que necesito una editora/editor.
Lo más chungo de autoeditar no es dejar que tu familia te preste dinero, ni aprender a hacer un presupuesto, ni encontrar un a nómina de colaboradores entre tus amigos a los que pagarás cuando/como puedas, ni pedirle a tu socia librera que una vez editó libros que te presté un ISBN, ni ir tú misma al depósito legal, ni averiguar cuál de las licencia copyleft te va mejor. Ni freir a tus mentores de cabecera con mails preguntándoles por su parecer sobre las nuevas pruebas de portada o por el giro del nuevo relato. Ni pedir un par de teléfonos de imprentas económicas pero de calidad. Ni fiarte del impresor para elegir el tipo de papel. Ni pasar el corte de pedirles a los dos amigos correctores profesionales que tienes que te hagan de pantalla y segunda corrección espectivamente, a cambio de nada por empeño de ellos o en todo caso de intercambio de ejemplares. Lo peor tampoco es ir de librerÃa en librerÃa dejando grupos de cinco (regalando uno al librero) libros en depósito, de los que probablemente jamás veas el margen de beneficio, pero te interesa que estén ahÃ. Lo peor no es devanarte las neuronas en busca de un modo chulo y elegante de llamar la atención sobre tu libro en la red. Ni convencer a tus family-inversores de que el módico precio del libro es algo más que el reclamo más justo para atraer lectores, porque crees-sabes que los los precios de los libros están inflados para poder resistir el beneficio de la cadena innúmera de intermediarios y trabajadores. Lo peor no es no tener distribuidora, lo que, probablemente, por lo que sabes, sea mejor. Lo peor no es tener que mendigar solapadamente (¿esto es viable, mendigar solapadamente? Ah, sÃ, el clásico sablazo) reseñas a tus crÃticos conocidos ni a tus amigos que cliquen al Me gusta de tus páginas.
No, lo peor de AUTOEDITARSE es no tener un editor.
SÃ, la herida tiene dos trayectorias, pero en la enfermerÃa de la plaza habÃa un torero y un médico, en el incendio, bombero y accidentado, (qué raro meter sucesivamente en una enumeración torero y bombero), en el mar, pez y pescador, en la panaderÃa, panadera y harina, en la educación educando y educador, en el sexo, arriba y abajo. El onanismo literario, además de otros muchos peligros que ya analizaré, tiene uno muy triste: la soledad. Me siento como cuando Sheldon y Leonard trataron de donar esperma en la clÃnica de reproducción asistida. Ni siquiera les dejaron esforzarse con las revistas para dar vida a un bebé anónimo. Necesito una pareja, un grupo, una familia. Hoy no puedo serlo todo. Estoy cansada. Creo que es importante ser plaza y no pasillo, como dice Alba Rico. No creernos que solos todo lo podemos. Nos han engañado. Era al revés. Con amigos puedes, solo no. Y en la edad adulta, el juego es el trabajo y los amigos, los colaboradores. La fiesta es el proyecto.
Me estoy yendo por las ramas, querÃa hablar de la indispensable figura del editor literario y vuelvo a hablar de mÃ. AUTOFICCIÓN. AUTOEDICIÓN. A lo mejor lo mÃo es un problema de diván, como el de Betty Draper o Tony Soprano. Por hoy cierro la entrada. Suena a verdadera paradoja.