No es nuevo que en este pueblo, mi lugar de vacaciones cuando era niña, al que vuelvo por unos días siempre en verano, me siento un poco alienígena. Mi madre, que es de aquí, también dice sufrirlo. Somos las que venimos. La permeabilidad que se da entre el lugar, sus habitantes y yo misma debe salir, si es que, de forma espontánea. No forzar. Ellos cambian. Nosotros cambiamos. Aquí estoy cuatro o cinco días al año. Nos reconocemos, a veces no nos impregnamos.
Hace treinta o veintitantos, todo vecino que pasaba por delante de nuestro jardín me hacía el mismo comentario: “Siempre estudiando, esta niña siempre estudiando”. Sólo me aburría soberanamente en la hora de la siesta y leía sin parar todo lo que caía en mis manos. Igual que ahora.
Estos vecinos pasan el año subsistiendo, engarzando un trabajo temporal con otro, o equilibrando meses de susbsitir de prestaciones. Al cabo, es exactamente lo mismo para mí. Salvo que me atraviesa la centralidad / centralismo. Pero también hay algo que les envidio, y curioseo en las muchas buenas conversaciones que se dan. Es su punto de vista, que creo independiente de lo que se cocina y discute dentro de las redes sociales. Como si ellos pudieran darme -por el hecho de que el acceso a internet en el pueblo es casi anécdota- una mirada menos contaminada. Como si yo pudiera saber muchas cosas, pero no estar segura de cómo ponderar adecuadamente cada una. O como si mi dieta informativa -fundamentalmente hecha en mi timeline- no pudiera parecerse a la de un español medio que aún se informa en los medios tradicionales. Y es algo que quiero saber. Qué es importante, cuál es el relato. Cuál es el camino al mundo real (formulado de otro modo).
Recuerdo hace dos veranos -o debería decir tres-, una conversación de un par de horas con el ex alcalde pedáneo, que en el 2011 tenía clarísimo que las personas que nos habíamos movilizado el 15M no tenían otra opción para “cambiar las cosas” que formar un partido político, etc. Ése era el marco del verano de 2011. Es cierto que seguimos escuchándolo.
Con los amigos, aprovechamos este momento para ponernos en común lo que la vida nos ha pasado por encima. Es “normal” que entre mis relatos estén las peleas que hemos sostenido durante el año. Y ahí es donde, en mis últimas visitas, sentía que nos alejábamos. Que había demasiados relatos -como la idoneidad del sistema de partidos, la Constitución como gran marco normativo e intocable, o la santidad de algunos medios de comunicación entendidos como “progresistas”- en que había visto abrirse simas y habían dejado de valerme. No fue repentino, ni tiramos toda la narrativa al mismo tiempo; pero mis amigos aún defendían hace unos meses ciertas actuaciones del PSOE o la necesidad de su existencia; y confiaban en buena medida en el relato de la realidad que hacía El País.
En nuestras conversaciones de estas noches, algunas cosas han cambiado. También han contribuido el acoso y derribo a los servicios públicos o el señor Bárcenas (que nació, qué gracioso, en este mismo término municipal). Mis interlocutores ya no creen en el bipartidismo en lo más mínimo; andan a la escucha de qué opciones electorales podrán satisfacer sus demandas pronto; me dijeron que buscan otros medios -algunas personas han podido instalar internet mediante un satélite rural, bastante caro- y contrastan cada vez más información sin respaldo de cabecera; el desprestigio del gobierno no tiene fin y cualquier declaración de un miembro del PP es tomada a chirigota; es más que evidente que la corrupción no es propiedad de un partido; y, en sus palabras, los movimientos sociales son los que están ofreciendo una alternativa a la política institucional, trabajando y construyendo, oponiendo y aportando posibles.
Quiero decir que la ruptura de ciertos marcos de comprensión y lectura de lo que nos rodea ha llegado hasta aquí, uno de los rincones más septentrionales de la península, una de las comarcas más deprimidas de todo el país (no con la crisis, desde que las minas no existen).
He seguido pensando en esto, y asomándome algunas mañanas al “internet” -gracias a que me prestaron la sala de la escuela de adultos-, dándole vueltas. Se leen periódicamente reflexiones en voz alta, a veces tristes o desesperanzadas porque “no hemos conseguido nada”. Estamos cada día más cansadas. Y es inevitable preguntarse “cómo seguimos”.
En este contraste, con estos amigos del pueblo, al menos he podido comprobar que algunas de las cosas por las que hemos peleado ya se están produciendo. Y sí, hablo de unos enormes saltos cualitativos en los marcos que construyen y encuadran el pensamiento. No somos pocos, aunque en las calles, cuando nos convocamos, ya nos conozcamos casi todas las caras (en aquella maldita centralidad / centralismo, que roza a veces la cualidad pueblerina). Hemos realizado unos cambios de marco entre todas que, en este minuto, tres veranos después del “15M original” aún nos cuesta creernos, y ponderar adecuadamente.
Creo que realmente hay que entrar a ciertos locales del PP para encontrar a quienes aún sostengan algunas de esas verdades que en el pasado parecían eternas. También sabemos que hay que echar a la mafia, creo que ése es un mantra con fuerza casi universal, y también creo que hay mucho trabajo pendiente en ahondar ese «Hola democracia», para que no nos la roben más.
No parece pequeño logro.
PD: Ellos hablan conmigo de política, sus mujeres quedan un poco más allá cuidando de los hijos. La siguiente muralla cultural que me gustaría ver rota.
Me gusta! 🙂