Sólo son importantes las pequeñas cosas de la vida.
¿Qué me importa, a mÃ, paseante que marcha en diagonal por un avanzado dÃa de primavera, la gran tragedia de la historia universal que recogen los editoriales de los periódicos?
Joseph Roth en Crónicas berlinesas
Florecer mirándote a los ojos, perfección
Soda Stereo, En remolinos
Frente al acoso de lo grotesco y de la rabia, que es lo que siento: la proposición afirmativa de la vida. De nuestra vida. Que hemos aprendido -estamos en ello- a hacer de otros modos. De lo válido. De lo que nos mantiene. De lo que viene. No me sirve la indignación frente al televisor, no me sirve frente a los listados. Indignación en diferido.
Es como necesitar ver imagen tras imagen de niños destrozados por las bombas para mantener la rabia fresca. Está pasando. Lo sabemos, ¿quién no lo sabe? Me asomo a la mirada soñadora de mi hija pequeña. Es sólo un refrendo. Lo puedes encontrar en tu mascota, lo puedes encontrar en el silencio contigo misma si eres capaz de encontrarlo. El horror del mundo acecha en todas partes. Ya sabÃamos, ellos roban, ¿es asà como están hechos? ¿Es inevitable?
A veces he mentido.
Siempre tenÃa buenas excusas.
Me agota la indignación que se ciega. Que ciega. Castiguemos, señalemos.
Que ellos roban, se hacen negocios, se lo reparten todo. Que ellos creen que no tienen cuentas que dar. Que han sido entrenados para creerse por encima del mundo. Que por tanto ellos tambien mienten y asesinan.
Pero no sé hacer nada contra eso. No olvidemos, por favor no olvidemos, que lo que nos falta por tener está en nuestra mano, que no nos lo van a dar hecho, que todo lo que necesitamos es tomar la palabra, jugar el juego con nuestras reglas.
¿Os imagináis jugar al juego con nuestras reglas? De impotencia atravesada en la garganta ya tuvimos suficiente.
Que roban, que robaron, qué bueno saberlo, si es que vienen haciéndolo desde siempre, si es que siempre mandaron, si es que nos hicieron comernos los carnés (a mis abuelos, a tus bisabuelos), si es que no sentÃan que hicieran nada que estuviese ni medianamente mal. Es bonito que lo veamos entre todos. Si mi abuela estuviera viva, no se indignarÃa. Sabe que eso lo han hecho toda la vida de ella, que nació en el 15.
Es verdad, se alegrarÃa de ver cómo cambia el sentido.
No indignarse no significa no tener las tripas en llamas. También sabemos sin que se publique en ningún listado que tienen sus casas atendidas de mujeres de otros paÃses, que han venido a trabajar dejando a sus familias lejos. También sabemos sin que se publique que consideran que no tienen que rendir cuentas al mundo. Es bonito que -no sé, a lo mejor, les dejamos un recado en sus domicilios- entiendan que no era tan gratis disfrutar de esos privilegios.
Mi amigo A. dice que no tengo suficiente odio de clase. No me hace falta odiar más.
No olvidemos, mientras tanto, que lo que necesitamos es tomar la palabra. De la impotencia atravesada en la garganta como un hueso ajeno ya tuvimos suficiente.
De los gritos, que ya sabemos hacer, aún faltan muchos, pero anhelo el momento en que el grito lo construyamos desde y no contra. Lo estamos haciendo. Cuesta mucho. Cuesta contarlo y verlo. Cuesta partir de otra cosa. Cuesta darse cuenta de toda nuestra vida, cuesta hacerse cargo de que ya lo hacemos. Todo lo que ya hacemos es afirmativo, y lo inventa y lo revienta desde dentro. Ya sabÃamos todo eso, yo no tengo nada nuevo por lo que indignarme.
Todo lo que hacemos afirma. Vosotros teniendo hijos, aquellos queriéndose, aquellos otros inventando maneras de burlar los plazos de la comisión judicial, aquellas otras organizándose, y aquellas cuidándose, en extrañas formaciones, en perpetuaciones rigurosas y extremas. Inventándose modos de seguir. Con toda la vida que llevamos.
Matiz:
No es exactamente que no exista suficiente odio de clase.
El problema es que no se identifica el sentimiento. No tiene nombre. Y aquello a lo que no podemos nombrar no existe.
No podemos profundizar en él, ni ver de dónde viene ni lo que se ha escrito sobre ello, ni aprender del pasado, porque no existe. No hay clases. No hay izquierdas ni derechas. Hay castas y ya tal.
No tienen miedo a nuestro odio porque previamente nos han desarmado vaciándolo de contenido. No sabemos qué hacer con él, salvo poesÃa.
AsÃ, resultamos ser como idiotas llenos de furia y ruido, pero sin sentido.
(¿ves lo que decÃa de la poesÃa? 😀 )
y mi punto es ¿tiene que tener nombre?
démosle un nombre.
a mà estos ladrones no me indignan ni más ni menos.
esto lo hemos aguantado desde hace mucho.
a mà me mortifica que se crea que los tipos de las tarjetas son los culpables, cuando se trata de que todos hemos consentido las cosas como son desde hace tiempo.
bien, a ellos no los puedo cambiar, como a los machistas recalcitrantes, empiezo por mà y lo cercano.
.. eso, es desde ese espÃritu alto donde se empieza a construir algo más interesante y potente…