Es un domingo lento, lentÃsimo. Con un vaso de agua en la mano, interminable, está mirando por la ventana y se ha dejado arrastrar sin querer dentro de un flashback. Era ella, allà o en un sitio similar, con los pies cansados de caminar, diciéndose: Qué pena. Qué pena serÃa que toda esta alegrÃa. Todo este poder. Toda esta fluidez. Todo este arrojo. Qué pena serÃa volver a ser individuos tristes. Qué pena serÃa regresar a la soledad autoconsumida. Qué pena serÃa no reconocernos más.
Se acuerda un poco más de las circunstancias de aquel pensamiento antiguo. Se acuerda de las continuas provocaciones. Lo borra todo.
Alguien ha puesto su vaso, a punto de derramarse, sobre la mesa, le da un beso en la mejilla. Hay muchas personas en la sala y hablan y hacen cosas. HacÃa mucho tiempo que no regresaba a entonces. Su nieta está cantando una vieja canción, ella no conoce la nostalgia. Aquella canción, se da cuenta, no tiene condicionales, allà es donde se agazapaba toda la frustración.
Pero la impotencia fue más débil y, en fin, se dice, qué sentido tiene acordarse de una pena que nunca tuvo razón de existir.