Es oficial. Es ley. El color negro es perjudicial para la salud. Los médicos del mundo entero lo han demostrado pero, más importante que eso, los lobbies de la cultura del color lo llevan proclamando dÃa tras dÃa, en sus todopoderosas redes sociales, obstruyendo toda posibilidad de convivencia. Gente importante, que sufre lo que llaman obscurofobia, se ha organizado en contra de los negroadictos. Sé que no hay reverso a esta situación, y sé que soy y seré una apestada.
Están los que sufren ataques de asma, los que caen al suelo presa de convulsiones, y hasta ictus espontáneos se han achacado a esta causa. Depresiones y suicidios. Gente que saltaba por ventanas de cuarenta pisos de altura. Creamos a los expertos, que se preocupan por nosotros… Y no llevamos tanto tiempo temiéndole al negro: todo esto es de después de los años 30, lo sabéis, la Gran Crisis. Adoptamos masivamente el color en nuestras vestimentas y dejamos de preguntarnos si se trataba de algo cool, moda pasajera o resistencia organizada…
¿Os acordáis de aquella manifestación multitudinaria contra los constructores de Torre Espacio? Me resulta inverosÃmil que nadia haya señalado el hecho. Fueron dos millones de personas en la calle llorando la desaparición de las cuatro torres y seis mil muertos. Todas de negro. Aunque los trataron como una anomalÃa propia del dolor, yo vi ataques espontáneos de epilepsia aquel dÃa, y también en las semanas siguientes. Después nos hemos quedado, una buena parte de esos dos millones, sin casa propia, sin trabajo, sin beneficiencia, sin nada.
No puedo decir por qué lo llevaban los demás. Yo visto de negro desde 1989. SÃ, el otro siglo, que ya queda tan lejano. Pero he seguido vistiendo de negro, incluso cuando todo el mundo se decidió a olvidarlo: reformados en masa. Y, aunque quedamos sólo unos pocos, no habéis dejado de perseguirnos.
Ahora me habéis prohibido presentarme en ningún lugar público con una sola prenda de ese color. De ese no color. Me cubro las medias tupidas con calcetas hiladas a rayas que saco de los mercadillos, y si puedo sin pagar. Me acerco a un parque infantil y abro mi multicolor paraguas para cubrirme la cabeza: de cabellos negros, como veréis. Mi capacidad de adaptación llega hasta ahÃ. PodrÃa cambiar mi fisonomÃa si me contáis que las narices ganchudas provocan pánico cerval, pero no pienso teñirme el pelo.
Si la calceta se me cae, me señaláis. Si la boina se desplaza, me señaláis. El asunto es éste y me da igual cuánta gente muera por decirlo en voz alta: yo sigo vistiendo de negro.
Sé cuál será el próximo paso, la escena siguiente: amargada por la mucha soledad, haré contacto con alguien en el bar, donde todo el mundo lucirá rosas fucsias, azules eléctricos y naranjas butanos. Me invitará a su casa o me lo llevaré a la mÃa, en la que hace un centenar de dÃas que no entra nadie salvo yo misma. Me quitaré las calcetas, el vestido, la gorra de colorines. Quedaré delante de él con mis bragas y sujetador justo un segundo antes de que salte de la cama como si le hubiese picado un alacrán.
Denúnciame, le diré.
Sólo queda que me quite la ropa interior negra.
Un tiempo después, en la cárcel, a donde la llevó aquella denuncia, aprendió un número de contorsionismo olvidado desde los tiempos previos a la Gran Crisis y luego lo mostraba por las ferias de pueblo: fumaba varios cigarrillos a la vez, con varios de las aberturas del cuerpo.
Ahora mismo lo veo todo muy negro.
Los escenarios para el linchamiento mutan a placer. El linchamiento se mantiene.
…y aparecerá un coño. Negro.