“Joder, es que me gustaría ser invisible. Es que me gustaría mirar a la gente sin ser mirada” (escribía mientras alguien hacía click):
Abro con un twitt. @elenac recibió el Festival Eñe escribiendo: “La fiesta de la literatura es una expresión tan sanguinolienta y capitalista como la fiesta de los toros.”
Entre ir y no ir, preferimos ir. En mi caso porque podía. Es cierto que la idea misma de un festival de literatura es algo extraña. La literatura, y no deja de ser cierto este lugar tan común, es un proceso de intimidad absoluta. Este tipo de actos obligan a sus creadores a la verbalización, la puesta en escena, incluso la performance. Antes, durante y después del “festival”, le anduve dando vueltas a la idea de que no puede ser sencillo para muchos asumir este lado espectacular. El desarrollo del festival me fue confirmando algunas de mis sospechas. Encontré quienes se toman el lado performático de una manera bastante natural, incluso generando “shows” que corren paralelos a sus libros. Encontré también los que encaran este “pasaporte a la fama” como quien se encamina al matadero: suben a su estrado, leen una conferencia, no abren turno de preguntas con el público, se marchan.
Sobre el tema de los formatos, que a mi socia le viene preocupando desde hace mucho, también habría bastante que decir. No sólo tuvimos la altura del escenario (entre cuarenta centímetros y casi un metro en algunas salas del Círculo de Bellas Artes), más la altura de la mesa, ahora también tenemos la pantalla de los portátiles como tercera barrera entre el público y el escritor. (Que ponga escritor todo el tiempo en masculino tiene, también, su porqué). Quizá no se dan cuenta ellos, poco habituados a la escenificación, ni recala en el asunto la organización, porque conceptualizar un “festival de literatura” debe ser tan difícil como “bailar sobre arquitectura”, que diría Zappa. Esa tercera pared era (por ejemplo, en la Sala Valle Inclán) un obstáculo de frialdad casi insalvable. Se ha notado en esta edición, eso sí, una instrucción generalizada por incluir multimedia: o, lo que es lo mismo, apoyo de audiovisuales que se han quedado, en las conferencias a las que yo asistí, en “visuales”, a menudo un slide-show de fotos fijas.
Eso no es una performance. Al menos yo tampoco se las pedía.
La rockerización del escritor
Entré, tal como llegué, a escuchar a Max y su “La triple, súbita y radiante primera manifestación escrita de la eñe”. En el texto que leyó, redacción bastante tópica (“la maraña ensortijada”, creo recordar, de algún pelo) y dibujos, claro, para mi gusto con demasiados chistes fáciles. Él fue uno, creo, de los que no estaban a gusto en el papel de ventrílocuo.
Algo después, la conferencia de Guillermo Saccomano fue para mí el primer acierto: reflexionó con buen tino sobre las creaciones de H.G. Oesterheld y su figura de “escritor popular”. “Se debe nivelar hacia arriba”; “el cómic es un género mayor, porque tiene un público mayor”; “el héroe es siempre colectivo”. Fueron, pena que leídos, un buen montón de zas a la gloriosa alta cultura, que muy bien podría haberse apoyado en el reciente texto de su compatriota Tabarovsky. Tampoco le hizo falta. Su mención del personaje Ernie Pike me hizo reflexionar sobre la reciente moda de gonzorizar toda aportación propia a la narrativa, al periodismo y la autobiografía. Cuando esta práctica, la del periodismo autobiográfico, se hace omnipresente, primero, deja de parecernos novedosa, pierde nitidez su fulgor; y, segundo, se relativiza su aporte: no pueden ser más interesantes las vivencias de un periodista que lo que de verdad se ha ido a contar, no siempre. Al día siguiente, Julián Rodríguez dijo que su narrativa nace de un “cansancio del yo”, qué curioso.
Patricio Pron se hizo con el micrófono de las preguntas del público en esa conferencia; de lo que puedo recordar, se enzarzaron en un diálogo interesante, pero ya conocido, sobre la ambición editorial, el trabajo de medro social en pos de un libro, la apariencia de escritura antes que la escritura, etc. Escribiendo esto me viene a la cabeza la lectura que hacía un compatriota de los dos, César Aira, sobre el personaje Alejandra Pizarnik; según él, la joven poeta tuvo en todo momento tan claro su objetivo y la forma de conseguirlo, que pasaba más tiempo en los cafés y las tertulias que creando su obra. A toro pasado (leí ese libro en 2004) me parece que Aira hablaba de otras personas.
Saccomano dio, a mi parecer, con uno de los greatest hits del festival, al referirse a la proliferación de “novelas de escritores, siendo como es el oficio más aburrido del mundo”. La escritura no puede cerrarse sobre sí misma (y de eso estuvimos hablando hace algunas semanas con nuestro invitado Santiago Lorenzo sobre su debut, Los millones).
En algún momento de la tarde también me senté a escuchar a Patricio Pron con Marcos Giralt Torrente. Se hicieron preguntas entre ellos, uno asumiendo el rol de “abuelo”, otro el de (lo lleva dentro) escritor showman. Se enzarzaron en una bastante inútil diatriba entre antes/después, pronto/tarde; le señalaba Pron a Giralt Torrente que comenzó “tarde” a publicar (a los veintisiete). Pron debería dirigir, sin dudarlo, el remake de La fuga de Logan y exterminar a todo escritor que se acerque a la treintena.
Entre los showman del Festival más «integrados» cabe mencionar a Javier Calvo con su Suommenlina en directo: música y recitación, algo valiente desde el punto de vista literario; pero ya conocido -si lo vemos desde el aspecto musical y de performance– para quienes vimos en directo a Mar otra vez, Vamos a morir o 713avo Amor, que creo que a Calvo le habrían gustado mucho. También Eloy Fernández Porta: y aunque me gustó su acción, pienso que (pasa igual con Calvo) no funciona autónomamente. El discurso de Fernández Porta es cada día más sofisticado, la «escena» lo hace parecer menos. Sus cambios de sombrero me encantaron.
Este año no pensaba entrar en nada que a priori no me pareciera interesante. Por eso mi experiencia del Festival Eñe fue -ya lo digo- una experiencia muy sesgada, con pocas conferencias, sin estrés, y sin embargo con bastante decepción.
En busca de amor
En la conferencia de Juan Bonilla encontré quizá el primer caso de ponente que está a gusto con el tema que le han asignado, tiene bastante que decir, se abstiene de florituras multimediales, le honra la autoparodia (“ahora es cuando dejo de leer y comienzo a tartamudear”, en efecto), se comunicó en un nivel “igualitario” con su público (“sé mucho de los futuristas pero muy poco de las máquinas”) y nos dejó, sin ningún afán caricaturesco, alguna broma agridulce sobre los desmanes de los poetas acercándose al poder.
Habló de las aspiraciones de la poesía: «no hacer inmortal al poeta, sino hacer inmortal al lector«. Me quedé con este mantra tan divino, que baja del parnaso al creador y pone el acento en la turba que lo alimenta. Porque también dijo Bonilla (de quien tengo su primer libro de cuentos, con ex libris de 1996) que “escribimos poesía para que nos quieran más”. Pocas declaraciones de impotencia y necesidad hay más entrañables que ese “…pero no sirve para que me quieran”, de la amiga Pizarnik. A quien nadie citó.
Van pasando las horas. Connolly, Piglia, Aria. Fresán, Salinas, Rimbaud. Cernuda, Clarín, Maiakovsky.
Mujeres de papel
“El autor”, “el autor y su novia”, “autor que publica y puede por tanto conseguir mujeres…”. Ellos no se dan cuenta.
Entro el sábado en el Círculo de Bellas Artes, me faltan quince minutos para no sé qué conferencia, voy a la segunda planta con idea de tomarme un café. El camarero tras la barra y el que está en las mesas bromean respecto a algo intrascendente; al medio, entre los dos, yo espero ser atendida, ellos se tratan con una familiaridad impropia de un sitio que te cobra 2,40 € por un café. En medio de la broma, el gañán número dos decide incluirme: “¿Qué va a pensar esta pobre mujer?”, y yo que rebrinco y contesto: “De pobre nada”.
Aunque probablemente él gane lo que yo no.
Hasta el sábado a las cinco y media de la tarde no vi una mujer en el estrado del conferenciante (porque, también es verdad, ni pensaba asomarme a lo de Almudena Grandes, y otras mujeres que estuvieron antes tuvieron horarios asesinos). Lástima que la primera conferencia con una mujer protagonista a la que entro, la de Elvira Navarro, le saliese tan atropellada, los nervios se le subiesen a la laringe y no acertase a desemarañar las ideas tan sugerentes sobre «ciudad y escritura» que sí supo apuntar. Navarro habló de la necesidad de “encontrar territorios narrativos propios, aunque esto suene petulante”. Eso lo dijo ella. Y no él.
Veo en todos lados -y algunas conferencias, como la de Juan Bonilla o la de Julián Rodríguez, son extremadamente nutridas en ellas- a mujeres. Yo diría que el público es femenino en un setenta por ciento. Y las veo en las filas para recoger dedicatorias. Y las veo en los pasillos. Y están maquilladas y arregladísimas. Y no se suben al estrado. Este año ha existido además un recorte sustancial en las posibilidades de subir/no subir. Básicamente, era necesario ser escritor ya editado en Mondadori/Anagrama/Seix Barral. Nada de indies. Nada, nada de voces conocidas exclusivamente por los sabihondillos de la prensa cultural.
Y siguen pasando las horas: Giusseppe Tomaso di Lampedusa, Julio Ribeyro, Borges, Bradbury, Murakami.
Entro más tarde en una charla bastante sugerente de Javier Montes al hilo de la película The Clock, de Christian Marclay.
Siguen citando. Manrique, Kipling, Gombrowicz, Perec, Baker, McCarthy. ¡Dora García! Por primera vez en mi experiencia de este festival, se cita a una mujer.
Tuvo que ser Gabriela Wiener la primera que pusiera el nombre de una escritora (insisto, en mi festival) a resonar en el aire: y fue Sylvia Plath. A Wiener y su «acción» junto a su marido Jaime Z. Rodríguez dedicaré otro texto.
“Es muy tía”, me dijo una amiga el día que se puso a leer los últimos libros publicados por Julián Rodríguez. “Literatura de la incertidumbre (y del fracaso)” comenzó diciendo él mismo al principio de esa entrevista/conferencia. Puede ser que su forma de entender el mundo sin aristas, sin agarraderas firmes, lleno de recovecos, de dobleces, sutilezas, lecturas jamás unidireccionales sea muy “femenina”. O desde luego es todo lo contrario de “masculina” y no es que me haya dado por leer todo de través desde los sexos. Que me importan un pucho, que diría mi querida mamá chilena. Puede ser que por eso me siento tan cómoda (dentro de la incomodidad) en su literatura. Lástima que llegasen a esa entrevista conceptos como los “exotismos” de los que, a mi parecer, Rodríguez no pone nada de nada; también le preguntaron por “la figura de la mujer”: en lo que he leído de este escritor la mujer es de todo menos “figura”.
De la entrevista a Rodríguez salí anímicamente hundida, sin motivo aparente, aunque yo sé dónde estaba. Como justo después tenía lugar la charla de Robert Juan-Cantavella con Curtis Garland, hice acopio de ánimos y entré. Para no arrepetirme, claro que no.
El SEO del escritor
“Ya hubiese querido yo ver a muchos escritores escribir cinco y seis libros al mes”. De todos los momentos del Festival Eñe, me parece que el aplauso que se llevó Juan Gallardo (aka Curtis Garland y cien seudónimos más) fue el más cariñoso y entregado. En mi verborragia interior me dije: “Lo que queremos ver aquí no son bufones, son escritores”, por eso aplaudimos a este octogenario de gorra y sonrisa postiza (digo, dientes nuevos) absolutamente auténtica y agradecida por el calor que le otorgaban su partenaire y el público.
“Esto es un coñazo. ¿Está interpretando al personaje desde entonces -la temporalidad inscrita en la serie- o es una exégesis? ¿¿Desde la autocrítica, desde la autoconmiseración, desde la autodeterminación?? Es hiperrepetitivo, no añade nada, no está haciendo ni lectura ni interpretación, y lo de “hijo de puta” lo ha repetido seis veces”.
Al crudo, estos son los apuntes que me inspiró cierta conferencia. Estaba tan cabreada que me levanté tan pronto terminó de leer y salí.
En la noche, mi socia le puso apellido a aquello: “Fatal”. Son cinco, de cientocuarenta caracteres, en los que resumió su viernes eñe.
Ahora me salgo del festival y me voy a otro tema. El Search Engine Optimization de la web se llama desde hoy, en literattura, Super Ego Optimizacion. No pienso dar ni nombres ni iniciales (*), pero nuestro escritor entra al trapo con su resumen resumidísimo en twitter y le contesta vía e-mail. Es correspondencia privada y no voy a reproducirla, pero como el asunto ha hecho crecer mi indignación (la del apunte en crudo), aún dura la resaca y la cuento; no como denuncia, sino como (mal) ejemplo.
Así que el adjetivo «Fatal» en ese mensaje público insta a nuestro escritor a «defenderse» por correo electrónico. Argumentos tales como que una periodista cultural no debería tomarse a la ligera el trabajo de horas y días para escribir esa conferencia. Esa «performance» que «no estuvo nada mal». El rocambolesco intercambio tiene más de un episodio. En el último de ellos, la altísima benevolencia de nuestro escritor decreta básicamente que «no entendimos» su intervención.
Del apergaminado cipotazo que nos da nuestro escritor, saco dos conclusiones: una, que estos escritores deberían pasar más hambre antes de llegar a los estrados de conferenciantes. Dos, que están atragantados con las nuevas tecnologías de la comunicación. Ahora me pongo el otro disfraz, el de comunicadora en medios sociales y doy una mini-conferencia gratuita (y Creative Commons): amigo escritor, una mala crítica (una palabra, cinco caracteres, en un twitt) no es una crisis de reputación online. Y, si lo fuera, contestar a ese comentario debería haber sido:
uno, público; denota que estás vigilando lo que dicen de ti, denota falta de seguridad en ti mismo;
dos, preguntando por qué mereció el adjetivo «fatal»;
tres, no tratando de imponer tu interpretación: llamar «performance» a leer mientras proyectas fotos…;
cuatro, lo último es llamar a tu cliente (tu lector, en este caso) tonto, o tonto y medio, porque no supimos entender tu grandeza.
Que, perdónenme, fue una mierda. (**)
Estoy en medio de la lectura de un libro llamado No sufrir compañía: el silencio es el vehículo de la sabiduría y tanto como callo, aprendo. Así que me callo ya y cierro con un twitt: “Si lo que haces es o no calidad lo dirá el resto, aunque lo seas y deja de hablar de ti mismo como si fueses una multinacional.” @littlepollo
* Donde no pongo nombres es anti-SEO.
** Como podéis comprobar, mi productividad bloguera aumenta por 1000% los fines de semana en que me quedo sola.