Hace unos dÃas, en una reunión con profesores. La maestra de mi hija mayor se quejaba, con terror, de la amenaza que pesa sobre ella de quedarse sin jubilación. «¿Y te preocupa realmente eso?», le dije. «Si ni siquiera sabemos qué puede pasarnos mañana». Dije «mañana» cuando podÃa haber dicho «en el próximo segundo «.
El caso es que salà de allà y ya han pasado varios cientos de miles de segundos, desde entonces. Sigo con la misma fe (sin fe) en las cosas dispersas, inseguras. No sé dónde lo aprendÃ, no sé cuándo realmente me di cuenta de que no valÃa la pena creer en nada, lo cierto es que se vive mucho más tranquilo sin esperanza -ni qué decir sin deseo.
Me estoy almorzando, a las cuatro y media de la tarde, unas papas enconejás, como las llamaba mi abuela Francisca -papas fritas, huevo, perejil y ajo, para qué más. Llevo encerrada detrás de esta pantalla semanas y semanas, perfilando un nuevo futuro profesional o, al menos, una suerte de obligaciones diarias que me permitan no preocuparme demasiado sobre el segundo siguiente. Asà está hecho el mundo. No sé cuándo aprendà a quedarme con tan poco. A priorizar mi alfabeto constituyente. A que no me importara ni lo que piensan otros de mà ni lo que otros hacen por mÃ. Lo cierto es que asà se vive mucho más tranquilo.
Es tanto lo que tengo.
PodrÃa ir a revisar viejos cuadernos y me encontrarÃa con expresiones como «mi mundo interior», «mis aventuras imaginarias». De niña, púber, vivÃa en mis fantasÃas sin ningún tipo de sentimiento de culpa, ni vergüenza, ni simulación. VivÃa allÃ. Es quizá por eso que sé que no he aprendido nada, sólo estoy desenterrando.
Quiero ir a Chile. Lo querÃa, pero en estas semanas el deseo me posee entera, y además puedo vislumbrar el cómo. Quiero volver y recuperar lo que es Chile para mÃ, sin intermediarios. Y conformarme con una ensalada chilena (tomates y cilantro). No pido nada más. Querer no conduce a ningún lado. Y quizá mi proyecto, mi deseo, se quede conmigo y venga a formar parte de mis aventuras de las dos de la mañana. No pasa nada. Trabajaré los recuerdos. Recompondré experiencias que nunca tuve. Adoraré en la distancia. Despediré las ganas. Viviré dentro mÃo.
Vivà allà por cuatro años. Esa realidad es mÃa aunque se esté difuminando. Es como adorar un cuerpo, algunas horas, y mientras te lo comes estar ya despidiéndose de él, porque sabes que no volverá más. Pero te despides de él y al mismo tiempo lo chupas, lo besas, lo lames, y los segundos que transcurren no son más que segundos, no trascienden más allá, pero son ricos en sà mismos, son pesados, gruesos, petulantes, son los guijarros del rÃo, y el tiempo es el agua que les pasa por encima. No pasa nada porque queden atrás, no pasa nada.
Mañana en la tarde actúa en Casa América, en Madrid, un par de mis artistas favoritos. Vienen de Chile, y hace ya algunos años que me acompañan, forman parte de mi trupe de amigos invisibles. No sé si podré ir a verles en directo, no sé si el tiempo me otorgará tal beneficio. Incluso no estando allÃ, yo estaré allÃ. Incluso perdiendo la luz, perdiendo la casa, perdiendo la vida, yo estarÃa allÃ. Declamando mi nuevo, aprendido o recuperado, alfabeto.