I
Unas flores rojas la recibieron esa mañana en la oficina. Una tarjeta, sin firma: «Para la mejor». Sus compañeros le pagaron el desayuno en el bar, ella no entendÃa. La mujer de los bocadillos, siempre tan tacaña en sonrisas, puso sugus en su bolsa. Cuando estaba a punto de hincar los colmillos al bocata, su jefe le hizo una seña: «Comemos hoy en la Baptista, solos tú y yo». El siguiente año lo pasó tratando de entender cuándo todos se habÃan enterado. Cuándo debÃa ella haberse enterado.
II
– El edificio es sólido. Las inspecciones son favorables, aquà están los informes.
– Cerramos el trato, entonces. Le extiendo el cheque: seis millones.
«El nuevo Centro Comercial La Huevada sufrió un colapso en su estructura», explicó a este diario el inspector de Urbanismo, nombrado hace apenas un año.
«Soy minero… Y templé mi corazón con… ¡Qué bien suena el Mercedes, hostia!»- ningún reportero estaba allà para recoger las impresiones del inspector de Urbanismo, que aparcaba mientras se sacaba alguna cosa de la nariz.
III
Cuando por fin consiguió un trabajo estable, empezó a ahorrar. Ochenta euros por mes. Un mes, otro mes, catorce meses. Cero salidas con los amigos. Cero cervezas al salir del trabajo. Cuatro años sin poder ir a casa. Hoy es treinta de julio y él no ha subido. La aerolÃnea ha quebrado. Desplome financiero y suspensión de pagos. Ochocientas personas más, como él, dormitan varadas en el aeropuerto esperando el asiento de avión que ya pagaron.
IV
– Y los pendientes de perlas…
– Los vendÃ.
– ¿Dónde está mi vestido de novia?
– Lo empeñé.
– Y qué pasa con los ahorros para el crucero…
– Los gasté todos.
– …
– Trato de decirte que llevo un año jugándome cuarenta mil pesetas diarias.
V
Era verano, la oficina estaba a medio gas, la gente sudaba chocolate en los vagones del metro. Decidió salir, por una vez, a media tarde. Al abrir la puerta de la casa, el frÃo de un aire acondicionado desmesurado le dio de lleno. En el sofá habÃa una cazadora verde pistacho. «Qué mal gusto el de Felipe últimamente», pensó. Luego se detuvo, a medio pasillo, escuchando un canturreo. Una voz, ¿dos voces?: «La vida es una tómbola tom-tom-tómbola», todo se confundÃa en el centro de un chorro de agua. Entró, pisando despacito, en el baño, con intención de darle un susto.
Horas más tarde, con la botella de Ballantines con un centÃmetro de lÃquido, seguÃa cantándose a sà misma… «La vida es un puto spoiler, pu-pu-pu to spoiler».