Ellos se conocieron en una emisora de radio. Corría 1972 y en la ciudad se sentía cierto aroma de hippismo mezclado con el del buen jamón curado, así como el de esa cosa llamada libertad, ginebra fuerte y guitarra flamenca. No sé bien qué los llevó a esa emisora, que era libre, pero muy restringida, y no pagaba a los colaboradores, y casi tampoco a los limpiadores. Todos ellos sin excepción -Serafín Cantor era el primero- sabían que su tiempo era como el del voluntario del siglo XXI, limitado, puesto al servicio, agradecido sólo por unos cuantos que, personas sin esperanzas, se beneficiaban directamente de él. Del tiempo de Serafín -Jefe de Programas- y del de Mariluz, aguerrida locutora, que subían cada tarde al Hospital de tuberculosos conocido como el Sagrado Corazón.
Porque Sagrado es el corazón de generosa respuesta, eso me parece ver a mí en la distancia. Serafín disponía de una impresionante colección de lps y sencillos de 45 rpm que se llevó toda a la emisora. Mariluz obsequiaba a los enfermos (¿acaso no es todo oyente un paciente, y un enfermo?) con tímidas apuestas de canción de autor. Rebuscaba cada semana en las ofertas de Itálica Discos y siempre encontraba un “Quila” o un “Sosa” que llevarse.
Niguno de los dos sabía con certeza por qué pasaba el tiempo allí, salvo por el sentimiento de poder indoloro que da el abrir la boca cuando la luz roja del estudio se enciende. Él tenía ganas de hacer escuchar al mundo todo ese rock de cuero y pana del que le hablaban en la Discópolis. Ella, de entrenar los oídos para lo que se venía encima. Semana tras semana, regalaban esa música a sus amigos y amigas que, desde sus camas, les pedían más y más canciones. Haciendo eso, regalando, ofreciendo, brindando, se hicieron novios. Él estaba encantado –o simulaba estarlo- de que le hicieran escuchar esa arañante poesía de guitarras lloronas y quenas. Ella podía entender la fascinación de Serafín con un disco esteticista y barroco como Dark side of the moon. Nombres aquellos –White album, Electric ladyland, Ogden’s Nut Gone Flake– que ninguno de los dos sabía pronunciar. Menos mal que estaban Led Zeppelin I, II y III.
Y, mientras ellos se hacían buenos amigos, también se hicieron excelentes amigos entre sus pacientes. Sabían que en cierto modo les tocaba hacer del hermano que estaba haciendo la mili, o de la amiga que apenas llegaba porque siempre estaba de exámenes finales. La tuberculosis suena como a plaga de otro tiempo. Pero es en 2009 todavía una epidemia mundial, “a punto de empezar a disminuir” de acuerdo con los documentos que maneja la OMS. A la sazón deja unos 8 muertos por cada 100000 personas en Europa, una cifra muy lejana de los 4 que provoca en “las Américas”.
En 1964, la tasa de mortalidad en España era de casi veinticinco. Y se infectaban, en la comunidad autónoma donde Serafín y Mariluz se hicieron amigos, novios, esposos, amantes y padres poco tiempo después, a más de 1500 personas por año. Una de esas personas era no más que una muchacha de veintitrés y, ni los precarios cuidados del hospital, ni la terapia musical dispensada por ellos dos y otros cuantos voluntarios del alma, la hicieron resistir lo suficiente.
Oh, cuánto honor, un testigo de los hechos reales y no de estos inventados por mi imaginación… Encuentro simplemente grandioso el hecho de hacer radio junto a personas que tanto necesitaban amigos.
Doy fe. Yo estaba allí y es mas o menos tal cual lo cuentas,y el estudio no estaba dentro del hospital, por lo que el riesgo de infección no existía. La idea romántica de morir en plan Becquer ya había pasado de moda, pero igual nos llevó un romanticismo que entonces no comprendiamos ni considerábamos como tal.