Ella era pequeña, frágil e inconsistente. CreÃa en los reinos maravillosos y las resoluciones imposibles. TenÃan una pequeña casa en lo alto de un edificio desde el cual, los dÃas claros, ella decÃa poder divisar un océano, adyacente a cualquier otra vida. Le pedÃa un navÃo para poder llegar a la orilla enfrentada y escapar de su edificio alto, de su piso diminuto. Él, que la querÃa con su fragilidad, le regaló una barca en miniatura, cada dÃa, durante mucho tiempo. Las barcas –de palillos, de alambres, de cristal o de nácar- la hacÃan enloquecer de alegrÃa, cada vez. Después, le regaló una barca a la semana. Más tarde, las barcas venÃan una vez al mes. Poco a poco, los espacios entre las barcas fueron rellenándose con más barcas, que aparecÃan de cuando en cuando en el curso de las décadas. Al cabo, ella descargó todo su equipaje de barcas sobre la calle, al pie del balcón alto, y cruzó sobre ellas hasta la acera de enfrente, perdiéndose en el océano desconocido.
//Un cuento que no recordaba haber escrito//