La mujer descorrÃa maniáticamente la cremallera de su blusa celeste. La abrÃa y la volvÃa a cerrar, sin pausa, sentada ante la mesa del médico.
– Es aquÃ, y aquà –decÃa mostrando la otra mano.
– ¿Desde cuándo?
– ¿No me va a recetar?
– En el dedo no tiene usted nada.
La cremallera seguÃa de arriba abajo, enloquecida, el meñique dentro del aro del tirador, lacado y brillante.
– Me refiero a lo otro.
– Está usted sanÃsima.
– Y ¿este agujero?
El dedo se detuvo abajo del todo. Del cierre afloró un ramillete de piel blanquÃsima, con un botón encarnado del tamaño de una chucherÃa.
– Mire bien.
El médico bizqueó.
– Me duele tanto –dijo ella, hundiéndose el dedo meñique en el agujero rojo. Componiendo el gesto, él declaró:
– Será un momento.
Tomó la mano de su paciente, la apretó contra la mesa y, sacando un machete de algún bolsillo bajo la bata, cercenó el dedo pequeño, sin emoción.
La mujer, entonces, comenzó a sangrar abundantemente del botón rojo.
– Hala, hasta la semana que viene.
– Doctor.
– SÃ.
– Mi marido no me quiere.
– Tráigalo la próxima vez.
//Para mi serie micromonstruos. Me lo pasé tan bien con él, que hice de «el médico» un personaje de mi siguiente relato//