El libro se llama El marqués y el sodomita y aún no está en las librerÃas. Por lo pronto, unas biennacidas fotocopias me lo sirven para que pueda acompañarme las siguientes noches y correr hacia la fecha de entrega de una reseña. Escrito por su nieto, es el relato del primer juicio de Oscar Wilde o, mejor dicho, la reunión de los documentos nunca antes publicados con tal exactitud, que relatan cómo Oscar Wilde, queriendo limpiar su honor por una «calumnia» vertida por el padre -marqués de Queensberry- de su famoso amante Bosie, interpuso una querella penal y, tres meses después, era el propio Wilde el que salÃa con una condena a trabajos forzados y su vida hecha pedazos para siempre.
Mientras todos los diarios londinenses -y algunos extranjeros-, todavÃa con los juicios en curso, daban a Wilde por culpable y poco menos lo trataban como la inmundicia personificada, un pequeño semanario llamado London Figaro los ponÃa en su sitio: por asquerosos, por cebarse con vehemencia de perros en un artista procesado enarbolando la bandera de la moralidad. Pero, de la larga cita incluÃda en la página 35 del libro, me quedo con esto:
«Gigante entre pigmeos, el señor Wilde ha sido naturalmente odiado por todas las personas bajas y mezquinas, que intentan aumentar en tamaño e importancia rebajándolo«.
Lo tuve claro. Todos esos que, amparados en el vil anonimato de las comunicaciones digitales, opinan acerca de la cualidad personal o artÃstica del amigo que nos quitaron -hoy sà diré su nombre, Cocó, y Cocó, Cocó, ¡con acento siempre!- ni aumentan en tamaño ni crecen en importancia. Son basura. También esos medios «oficiales» y «serios» que redactaron reseñas tratando a una persona asesinada como, poco más o menos, «culpable» de su muerte. Comemierdas.
A nosotros, sus amigos, más breves o más longevos, no nos quita nadie el privilegio del gigante.