Cuando se supone que tengo que responder a algo, me paralizo. Tomo la vÃa tangente. Cuando cualquiera espera cualquier cosa de mà -y quizá tan sólo yo misma espero-, me escabullo. Quiero escribir sobre ti, para opacar las palabras idiotas que se vierten. Huyo todos los dÃas de hacer propaganda fácil, de colocarme en el ojo de los buscadores de signos. Trato de hacer relevante lo que no es relevante, pero es el aire que yo necesito respirar. Lo que es radicalmente -de raÃz- importante. Lo que no tiene parangón. Trabajo a diario con miedo. Porque las palabras son unos seres tan infieles, tan bastardos en las bocas y los dedos inadecuados… La aparente libertad digital nos ha revelado una muy cierta estupidez real.
Quiero escribir sobre ti no porque sienta que yo puedo hacerte justicia o esté capacitada para dar con tu esencia. Cómo podrÃa pretenderlo, si cuando escribo no consigo ni siquiera acercarme a mi propia esencia. Quiero escribir sobre el perseguidor que nos ha sido arrebatado. Y llevo todo el dÃa pensando en ti, en como acercarme a ti sin hacer el ridÃculo, sin caer en el panegÃrico vacÃo, sin coquetear con los géneros periodÃsticos. Quiero escribir sobre ti sin decir tu nombre, para que nadie encuentre este blog tratando de conocer las circunstancias de tu muerte.
Quiero tocar lo que has sido para mÃ, yo, que habitualmente vivo de espaldas a los recuerdos. Hoy tú me haces falta. Y digo tocar con todo el conocimiento de causa, quiero ejecutar estos sentimientos como si se tratasen de una sonata transgresora, cariñosa, valiente y radical -de raÃz. Aquà delante del teclado-sintetizador-máquina-mediador-lenguaje. Te toco esto para decir cuánto me marcaste en mis años de formación. Cuán falto de prejuicios estabas y cuánto aprendà a ser prejuiciosa contigo. Cómo me empujabas a ser más arriesgada, a olvidarme de las palabras y de sus significados, a ser más coherente. Cómo descubrà esta ciudad de tu mano, y de la de tu hermano.
Pero no, tú no empujabas a los demás; tú habÃas recorrido un camino propio, sólo dejabas ver a otros que habÃa una cantidad infinita de opciones entre las que definir las señas personales. Te llamábamos la atención, por ser curiosos. No tenÃas las más mÃnimas Ãnfulas de pigmalión. Tu forma era ser. Y perdona que me ponga aristotélica, pero he hallado esta tonta fórmula de nombrarte y me la quedo. En todos estos años en que ya no te rondaba, siempre sabÃa que tú eras. Si me llegaba cualquier noticia sobre tus nuevos pasos, esos eran los tuyos y no tenÃan contestación posible. Radicalmente eres. Contigo, cuando sà te rondaba, cuando escuchaba todas tus formulaciones de perseguidor infinito, nunca hube de temer a las cosas no dichas, todo aparecÃa. Nadie te marcaba el paso, a nadie imitabas salvo la inimitabilidad de los inimitables. No necesitabas una imagen, porque tú eras esa imagen.
Recuerdo tu pelo. Tu pelo negro, morado, rojo, azul. Tu no pelo. Tu mechón. Recuerdo tus encarnaciones y siempre eras tú. Recuerdo palabras y sonidos. Recuerdo que me enseñaste -queriendo o sin querer- a escuchar a Cocteau Twins. Y a My Bloody Valentine. Y a Seefeel. Y a Brian Eno. Y a Autechre. Y a Scanner. Y a Isan. Y a tantos. Sólo hace un rato, mi amado Jorge estaba tocando música de Kraftwerk. Él dice no gustar de tu música, pero estoy segura de que lo hará. Tu radicalidad es mucha. Es la nuestra. Aunque tu coherencia es sólo tuya.
Ser y no parecer. Ninguna necesidad de pontificar. Pero ninguna intención de adular. Tú decÃas y actuabas. Los demás mirábamos, escuchábamos, atontados. Apenas comprendiendo esos pasos que señalaban un trayecto tan abstracto o ambicioso, difuminado y etéreo como una desobediencia ciega a la geometrÃa, a la perfección, al barro inmundo. No pretendÃas provocar. Pero lo hacÃas. La coherencia de todas tus palabras y todos tus actos desfiguraba con un soplo la cara de la idiotez imperante, todos esos que se quedan con el lado «under» del «underground», todos los que se vuelven estatuas de sal, o se retuercen cual gatos escaldados, ante la maravillosa disparidad de tu estética. Lo tuyo -y te veo ahora en la piscina del hotel, cantando en el oÃdo de los que quisieran escucharte- era ser. Ser, y ser, y no pedir permiso, para ser, no doblegarse jamás, no abandonar nunca la curiosidad ni la actitud cuestionadora, desbrozando las verdades dadas y superponiendo a la grisura un mundo de respuestas propias. Respuestas estéticas, porque sólo mediante la belleza podemos responder. Sólo por la absoluta certeza de la belleza, a ser posible sin lenguaje.
Y, en todo, la generosidad de quien permanentemente busca y encuentra. No dejabas de admirar a los más jóvenes. AsÃ, te acercaste a la pequeña y furiosa generación que representaba el grupo de mi hermana, y a muchos otros: sé que podÃas reconocer en ellos el entusiasmo y la no profanación de una fuente, la inagotable fuente de la creatividad que reside en la juventud que tú adorabas. No hablo de la edad, sino del concepto más concreto del mundo. Juventud era tu palabra. Era tu actitud. Tú eras eso. Puro ser.
Como no le iba a hacer justicia algo tan hermoso.