Antirreseña de LO QUE ARRAIGA EN EL HUESO. Robertson Davies. Libros del Asteroide. Enero 2009
A la luz de la novela recién concluida, el trabajo en que me empeño es tonto, miserable, pero eso no me salvaguarda de asumir la más estricta disciplina en pos de producir el mejor de los libros posibles.
Me abruma pensar en la dosis de autoconvencimiento necesaria para abarcar esta novela –y es una parte de tres, de la TrilogÃa Cornish, y son tres las trilogÃas que este autor terminó durante su vida. Bien… no eres la primera flor tardÃa de la Historia, pero, -dice Tancred Saraceni a su pupilo- si crees que ya sabes todo lo que puedo enseñarte, recapacita. Técnica, sÃ, de eso has adquirido una buena porción; convicción interior, todavÃa no. Como no considero que haya adquirido por mi parte una buena porción de la técnica necesaria, he de continuar leyendo, porque en los libros están mis maestros.
El enfoque de Lo que arraiga en el hueso se enmascara de biografÃa. El hilo narrativo continuo, perfectamente trenzado y coherente, es el relato de la «vida» de «Francis Cornish» –y me son necesarias las comillas para expresar lo artificioso de hablar de esta historia y de sus personajes como si de cosas existentes, en el ahora o en el pasado, se tratara; es fácil caer en esa trampa. Ese meollo estructural se lleva hasta las últimas consecuencias: un rÃo-biografÃa donde la inmensa cantidad de detalles no parece fortuita, ni antinatural, ni excesivamente forzada. Donde todo parece encajar en su sitio y el relato corre en pos de desentrañar «lo que arraiga en el hueso» de todo ser humano con una historia detrás, todo aquello que, observando con la más minuciosa lupa, no se podrÃa entender porque está dentro de la «vida» con efecto pretérito, con profunda raigambre, y contiene el halo mÃtico de las edades sin registros.
Esta especie de investigación ficcional, hecha de prosa e imaginación acerca de cómo se construye un hombre, hace un libro increÃble -por lo espectacular del resultado- pero creÃble en grado sumo Porque es brillante la forma en que nos lleva hacia dentro, siempre hacia dentro, sin dejarnos escapar, pero no mediante la ocultación, el suspense narrativo o las tramas complicadas: sólo mediante un ejercicio de inteligencia que –sumado al verdaderamente asombroso trabajo de secuenciación, donde ni falta ni sobra nada- logra encontrar en cada asunto una serie de matices nuevos, insospechados, lúcidos y sorprendentes. Nada está dado en esta novela con un solo punto de vista.
¿De qué está hecha la «vida» de un hombre por dentro? No hay neutralidad en su acercamiento al «hombre». No deja de permitirse algún que otro juicio moralizante, pero desde todos los ángulos posibles. Todos esos ángulos van sumándose en este enorme fresco y están ahà por una razón. Sin embargo, la razón-motivo no preocupa mayormente –porque las «vidas» no tienen propósito, las apariencias de las vidas carecen de esquemas, de correspondencia o de equidad. Todos esos ángulos son fruto de la arbitrariedad imaginativa, y sin embargo no es posible cuestionar en ningún momento las decisiones del autor –quizá, porque el sentido común implÃcito en el libro, y que algunos llevamos dentro, nos dice que también en las vidas todo es arbitrario, fortuito, innecesario, pero se pega a uno como «lo que arraiga en el hueso».
La necesidad de cada pequeño fragmento, de cada giro a lo largo 470 páginas, brota sola. Todo está ahà con un peso y una naturalidad apabullantes.
No se trata de realismo en su vieja acepción. Dentro de la componenda magistral del libro no se cesa de advertir que el autor no busca la representación ilusoria de una realidad que lo respalde, que le dé cuerpo. Siempre es una «vida» y siempre es un «personaje», y están dentro de la ficción y del artificio. Es un mundo interior –por no encontrar mejor sintagma para referirme a ello- impregnado en objetos y cosas.
Entiendo esta novela si utilizo como metáfora la ambivalencia del personaje central respecto de la pintura moderna: asÃ, en esa pintura que acompaña la trayectoria vital de FC (se habla a menudo de Picasso), los elementos puestos en juego son tan arbitrarios como los habitantes de cualquier «mundo interior». En la pintura tradicional, háblese del Renacimiento o el Barroco, a la que se adhiere estética e ideológicamente Francis Cornish, el mundo interior no está ausente, sino que el pintor debÃa articularlo mediante temas universales –mitos.
El mito mismo de la biografÃa es inextricable. Davies no se propone sonsacar el secreto de la «vida» a partir de su novela, pero terminamos de leerlo y quedamos con una entusiasta sensación de haber asistido a un verdadero concierto biográfico. El primor de su prosa, el tesón del artesano, la convicción en la necesidad de su trabajo son las bazas de un novelón que, por el argumento contado en su contraportada, no me habrÃa llamado mÃnimamente la atención. La genialidad está en que, con materiales de todos los dÃas, escogidos con un rigor casi cientÃfico, usando palurdos y señores llenos de fallas y trancas, organizando destinos desorganizados sin mucho brillo, con párrafos no siempre reseñables por su estilo, pero con prosa lÃquida, viva y casi de andar por casa, organiza una fastuosa fiesta de inteligencia deliciosa de leer.
Mi problema ético-estético con esta novela y con mi propio trabajo es que carezco de «convicción interior». Es la falta de fe -porque malamente entiende esa palabra una que se llama a sà misma atea- en que mi «mundo interior» sea válido, preciso, sagaz, amplio y esclarecedor, que su contemplación valga algo para alguno de los otros que están afuera. Cuando escribo no me pierdo en esas conjeturas. Y cuando escribo acerca de algo existente en el mundo –este libro- no las temo, no las percibo siquiera. Mi problema nace cuando tengo que trabajar a partir de mi «mundo interior», tan maltrecho el pobre, tan mal alimentado. Porque está ahÃ, vive conmigo, lo pongo a currar desde que tengo uso de razón, pero otra cosa muy distinta es hacerlo plasmarse en un objeto tangible. Si he de usar el mito para darle forma, me entra el ataque de relativismo, porque ya está «todo hecho». De lo contrario, la forma es libre. Abstrusa. Lenta. Pringosa. Irreal. La forma lo es todo, como decÃa Clarice Lispector, porque en nuestro interior no hay nada más que palabras. De eso estoy yo hecha, y por tanto no confÃo en los argumentos, lo dicho no vale por lo que representa, vale por lo que tiene de puerta cerrada, de concepto, o de insatisfacción eterna.