¿Por qué acordarse ahora de un disco parido hace más de treinta años? Llámenme nostálgica, pero a día de hoy aún me asombro con la audacia conceptual y belleza formal de este álbum, parido en tal estado de gracia, que hace más que pertinente remontarnos a cuando usábamos chupete. Brian Eno podría ser mi padre, pero por fortuna no lo es y podemos volver una y otra vez a este retro-vanguardista mundo verde.
Porque, en lugar de estar poniendo en orden su vida como buen burgués, entre 1973 y 1975 Brian Eno estaba desgastándose la vista entre sintetizadores y magnetófonos, poniendo a parir la idiosincrasia de la canción pop y dando los primeros pasos en la academia de gurús, donde se graduaría poco después.
“Another Green World” pertenece a una etapa especialmente prolífica del británico, justo después de abandonar Roxy Music (con Ferry no había convivencia posible), en la que Eno abraza sin timidez su “misión” en el mundo y bombardea, literalmente, con ideas, experimentos y discos. Cuatro ídem en tres años (“Here Come the Warm Jets”, “Taking Tiger Mountain (by Estrategy)”, el que nos ocupa y “Discreet Music”), más otro firmado en comandita con Robert Fripp (“No Pussyfooting”). Cualquiera de estos te lo puedes coser a la oreja de aquí hasta que te mueras, pero “Another Green World” contiene las suficientes preguntas como para ser considerado un pilar: con él, su autor se deshacía de numerosos postulados rockistas y, por delante de él, ya (casi) nada iba a ser igual.
Un estudio es una casa
Verano de 1975, Brian Eno y sus secuaces (entre ellos Paul Rudolph, Percy Jones, Phil Collins, John Cale y Robert Fripp) se encierran en los estudios Island de Londres para grabar un disco. El mentado se propone probar la flexibilidad y capacidad de respuesta de los músicos en una situación desconocida: aparte de la cafetera del rubio funcionando a plena máquina, no llevan nada escrito ni preparado. El proceso da de sí catorce cortes, de los que cinco son canciones “estándar”, y cuya secuenciación en el disco es primorosamente dispuesta, en una progresión de sentido que puede llamarse “conceptual”. Si tuviésemos en las manos la edición vinilo, además, apreciaríamos los ritmos, texturas e intenciones sensiblemente distintos de ambos lados: la cara A concentrando las pequeñas epopeyas pop de formas clásicas y arreglos marcianos (“I’ll come running”, “St. Elmo’s fire”); el lado B diluyéndose en piezas instrumentales, espaciosas y tersas (la preciosa “Becalmed”, la hipnótica “Sombre reptiles”), que preludian la llegada del hedonismo “ambient” al que se dedicaría en breve.
Eno se hace dueño y señor de la mesa de mezclas, y toca y modifica la cadena genética de cada instrumento: en “Another Green World” nada es lo que parece. Las cintas, los filtros pasan a ser instrumentos ellos mismos; algo en lo que este disco (y algunos más de la época) es pionero. Brian Eno usa el estudio para generar frecuencias y timbres nuevos, y luego nos divierte con nombres entrañables como “snake guitar” (“porque tiene esa cualidad líquida, llena de nervio y velocidad”, diría en una entrevista), “castanet guitar” (tocada con mazos y pasada después por filtros sucesivos, hasta que suena mismamente como unas castañuelas) o “Leslie piano”. No sólo de efectos está hecho el mundo verde, porque Eno sabía muy bien con qué intérpretes contaba: el más memorable es sin duda la “Whimshurst guitar” que Fripp, inspiradísimo, pegó a los compases finales de “St. Elmo’s fire”, imitando con las cuerdas de su Les Paul el comportamiento errático e impredecible de un generador de alta potencia. La voz neutra y andrógina de Eno canta las pocas letras que se escuchan en el disco, en las que importa su sonoridad y no su significado. En las últimas fases de la producción, Eno se divirtió desechando parte del trabajo, eliminando pistas superfluas con las que, según él, sólo oscurecía el resultado. Ese resultado es felizmente desafiante, nada acomodaticio y radicalmente pop.
El mundo ha rodado demasiado deprisa los últimos treinta años pero, en lo musical, la culpa es en parte de Brian Eno. Desde el shoe-gazing a la electrónica minimal, sucesivas camadas de músicos le deben una porción de sus creaciones. Yo me someto a menudo a una regresión voluntaria, y me sumerjo en el mundo preter-digital, helado y verde de “Another Green World”. Sabiendo lo que sabemos, el ejercicio resulta de lo más sano. Que venga Freud a decirme lo contrario.
//Este artículo fue publicado en GO Magazine en marzo 2006, ¿por qué lo rescato ahora? Porque me gusta lo suficiente. Y porque no tengo ganas de escribir.//
Enorme tema ese. Yo me quedaría a vivir en el punteo del final de St Elmo’s fire…
estaría bien mezclarlo con imágenes de battlestar!Saludos!
Siempre que escucho In Dark Trees me imagino en una adolescencia americana que nunca fue, atravesando la tormenta de nieve; vuelvo a casa, mi padre al volante. Son los setenta. Mi nombre es Dylan Ebdus y gracias a un anillo mágico puedo volar.