Es martes. Son las 9:30 am. Estoy despierto y no trabajo. No es fiesta ni tengo el dÃa libre. Hoy en mi familia no trabaja nadie. Hoy nos dedicamos a cuidarnos.
Suenan martillazos en el baño de mis padres. Estamos de obras. Desde ayer a mediodÃa todo se viene precipitando. El ritmo no para.
No hay nada que coloque la vida más en el centro que una muerte. El final de partida al que todos vamos caminando. Sin prisas. Aunque nosotros mismos no seamos conscientes de lo cerca o no que estamos de llegar.
La muerte marca a las comunidades. Cierra apartados de su memoria. Provoca olvidos y alteridades. Nos recuerda que la vida sigue, que hay que aprovecharla y que antes o después nos pasará lo mismo. Nos recuerda también que si pasa pronto, mejor que las cosas estén bien.
Cuando alguien se muere la red se moviliza. Aparecen familiares a los que no has visto nunca e incluso hay alguno que es capaz de cruzar el paÃs entero para acompañar, para abrazar, para cuidar. Da igual que la red esté bien tejida o no, que justo después pueda llegar a romperse. En el momento crucial siempre habrá un soporte.
Es martes. Son las 10:15 am. Estoy despierto y no trabajo. No es fiesta ni tengo el dÃa libre. Ahora tengo que ducharme y vestirme. Estar al lado del teléfono y ayudar. No sé en qué; en lo que pueda. Hoy en mi familia no trabaja nadie. Hoy las fuerzas de todas están un mismo punto de mira. Hoy nos dedicamos a cuidarnos. Mañana, ya veremos.