jochimet
05.11.2011

YA NO TENGO QUIEN ME DIGA "EL GORDO"

por José Antonio Jiménez Ramos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La educación es una manera de compartir muchas emociones, además de conocimientos y, en ocasiones, es un proceso que te marca a fuego impresiones que nunca vas ni quieres olvidar. En el día de hoy cuento como me acaba de ocurrir una de esas marcas, tras desaparecer de la vida física mi amigo Álvaro García.

Durante los últimos cinco años de mi trabajo profesional ha estado dedicado al hermoso trabajo de la orientación escolar, en mi caso, en Centros de Infantil y Primaria de mi pueblo, El Viso del Alcor.

Me han ocurrido un buen montón de cosas, unas más agradables, otras menos, pero todas ellas muy importantes para mi desarrollo personal. Ha habido ocasiones, que las familias me han enseñado a bajarme del pedestal de «sabedor» de todas las cosas, en otros momentos yo he podido facilitar al profesorado y/o a la familia soluciones para mejorar la atención de los niños y las niñas que más apoyo necesitan, me refiero al alumnado con necesidades específicas. En cualquier caso siempre han sido procesos complejos, pero todas muy ricas por la variedad y por la personalización que requieren.

Pero hay una muy especial, que es la quiero poner delante vuestra, como un pequeño homenaje a mi amigo Álvaro García. Ayer, día 4 de noviembre de 2011 murió tras luchar con todas su fuerzas para salir adelante, tenía 11 años. Lo conocí en uno de los colegios donde he ejercido mi tarea de orientador y en aquella época tenía algunas dificultades para seguir sus tareas escolares, pero poco más, pero pronto supimos que su situación tenía una salida única, la que acaba de ocurrir. Ante este tipo de hechos es difícil tomar decisiones de cualquier clase, nunca sabes hasta que punto es bueno incidir en una dirección u otra, pero pronto quedó claro cuál era el objetivo que había que cumplir con Álvaro; que quisiera seguir yendo al colegio y, sobre todo, que en él, fuera feliz. No había que tomar grandes decisiones curriculares y organizativas, más que aquellas que las que permitiera conseguir el objetivo señalado. Y eso hicimos hasta que llegó el momento, que vimos ya no podía recibir del colegio y de sus recursos los medios para conseguir lo que se quería y lo cambiamos de centro para que recibiera esa mejor forma de conseguir lo querido, ser feliz.

En el proceso de la enfermedad rarisima que padecía perdió, de forma progresiva, la vista, pero no le importó para siempre reconocerme por «El Gordo» y lo decía con toda la fuerza que podía, dejándolo caer, después de abrazarme y comprobar que mi diámetro no había disminuido nada o, que incluso, habría aumentado. Cada semana era un reencuentro que a él le encantaba y se reía a sabiendas que era una pequeña maldad con la que disfrutaba, sobre todo cuando su maestro, en perfecta connivencia, le decía: » Álvaro esas cosas no se le dice a un maestro». Más risas y lo repetía una vez más «El gordo». Hace ya un tiempo, que no podía decírmelo, pero cuando nos veíamos de tarde en tarde en el otro colegio y le recordaba mi nombre se reía levemente y de forma cómplice, de alguna forma me lo seguía diciendo con la viveza de sus ojillos cada vez más perdidos y deseosos de recordar. Ahora ya no podré comprobar si me lo dices, pero siempre lo tendré en mi memoria.

Para terminar quisiera utilizar este momento para hacer un homenaje a todas las familias que viven este tipo de situaciones que se ven abocadas a un callejón sin salida, por obra y gracia de no se sabe que maldita lotería no comprada en ningún lugar y, al tiempo, reivindicar que en un mundo justo de verdad, no puede haber razones para despreciar ningún esfuerzo para que este tipo de enfermedades queden relegadas de la investigación por su baja incidencia en la población. Solo un caso es razón de más, para que todos los esfuerzos científicos se pongan al servicio de la búsqueda de soluciones a corto, medio y largo plazo que puedan abrir un pequeño portillo de esperanza en la búsqueda de ese objetivo que se marcó la familia con Álvaro, que fuera feliz por el mayor tiempo posible.

Gracias Álvaro por tu sonrisa y mi mayor solidaridad con Pepe y María Ángeles.

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