Entorno de Posibilidades
21.03.2011

REPRODUCCIÓN ASISTIDA

por silvink


Mientras escribo, LA AUTOEXIGENCIA Y LA AUTOINDULGENCIA (conviviendo), una bloquea lo que la otra permite. Pienso en la figura del editor. Pienso en preguntar. Pienso en la entrevista en Teleráma a Gallimard. Por pensar. Pienso que necesito una editora/editor.

Lo más chungo de autoeditar no es dejar que tu familia te preste dinero, ni aprender a hacer un presupuesto, ni encontrar un a nómina de colaboradores entre tus amigos a los que pagarás cuando/como puedas, ni pedirle a tu socia librera que una vez editó libros que te presté un ISBN, ni ir tú misma al depósito legal, ni  averiguar cuál de las licencia copyleft te va mejor. Ni freir a tus mentores de cabecera con mails preguntándoles por su parecer sobre las nuevas pruebas de portada o  por el giro del nuevo relato. Ni pedir un par de teléfonos de imprentas económicas pero de calidad. Ni  fiarte del impresor para elegir el tipo de papel. Ni pasar el corte de pedirles a los dos amigos correctores profesionales que tienes que te hagan de pantalla y segunda corrección espectivamente, a cambio de nada por empeño de ellos o en todo caso de intercambio de ejemplares. Lo peor tampoco es ir de librería en librería dejando grupos de cinco (regalando uno al librero) libros en depósito, de los que probablemente jamás veas el margen de beneficio, pero te interesa que estén ahí.  Lo peor no es devanarte las neuronas en busca de un modo chulo y elegante de llamar la atención sobre tu libro en la red. Ni convencer a tus family-inversores de que el módico precio del libro es algo más que el reclamo más justo para atraer lectores, porque crees-sabes que los los precios de los libros están inflados para poder resistir el beneficio de la cadena innúmera de intermediarios y trabajadores. Lo peor no es no tener distribuidora, lo que, probablemente, por lo que sabes, sea mejor. Lo peor no es tener que mendigar solapadamente (¿esto es viable, mendigar solapadamente? Ah, sí, el clásico sablazo) reseñas a tus críticos conocidos ni a tus amigos que cliquen al Me gusta de tus páginas. 

No, lo peor de AUTOEDITARSE es no  tener un  editor. 

Sí, la herida tiene dos  trayectorias, pero en la enfermería de la plaza había un torero y un médico, en el incendio, bombero y accidentado, (qué raro meter sucesivamente en una enumeración torero y bombero), en el mar, pez y pescador, en la panadería, panadera y harina, en la educación educando y educador, en el sexo, arriba  y abajo. El onanismo literario, además de otros muchos peligros  que  ya analizaré, tiene uno muy triste:  la soledad. Me  siento como cuando Sheldon y Leonard trataron de donar esperma en la clínica de reproducción asistida. Ni siquiera les dejaron esforzarse con las revistas para dar vida a un bebé anónimo. Necesito una pareja, un grupo, una familia. Hoy  no puedo serlo todo. Estoy cansada. Creo que es importante ser plaza y no pasillo, como dice Alba Rico.  No creernos que solos todo lo podemos. Nos han engañado. Era al revés. Con amigos puedes, solo no. Y en la edad adulta, el juego es el  trabajo  y los amigos, los colaboradores. La fiesta es el proyecto. 

Me estoy yendo por las ramas, quería hablar de la indispensable figura del editor literario y vuelvo a hablar de mí. AUTOFICCIÓN. AUTOEDICIÓN. A lo mejor lo  mío es un problema de diván, como el de Betty Draper o Tony Soprano. Por hoy cierro la entrada. Suena  a verdadera paradoja. 

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