“Sabré diferenciar mis problemas de los de los demás, y podré ignorar lo que ocurre a mi alrededor”
Disonancia cognitiva – Fundación Robo
La posibilidad. Personalmente, y no desde ayer, estoy muy obsesionada con la palabra posibilidad. Como en otros momentos ha sido “distancia” o “empoderamiento”. “Abrir boquetes en lo posible” es una de mis frases de cabecera, y hoy por hoy se la estampo como sello a aquellas esferas de realidad que me procuran aire y “posibilitan” mi pensamiento.
Ayer escuché hablar a Marta G. Franco y Guillermo Zapata sobre algunos usos y modalidades de las redes sociales para “movimientos”, acción social y revolución.
La pregunta del jueves (¿Cómo se sube el volumen de esto?) repercutió en la del viernes (¿Quién es la dueña de la literatura?) y también lo hizo en la del sábado (¿A quién sirve mi discurso?) y los ecos resonaron, sin que lo hubiésemos pretendido, como una especie de sinfonía disonante.
Querido diario,
No sabía en qué me metía cuando dije que sí a Elena, a su propuesta de empezar un programa semanal de radio dedicado a la literatura. Y tampoco sabía en dónde me metía cuando dije sí a su propuesta de organizar unas jornadas. Donde me encuentro cómoda es escondida en un rincón de un parque con un libro, o detrás de la pantalla de mi portátil; no tanto entre gente, nunca dando la cara.
Elena puso la semilla y después brotó. El programa de radio acumula ya 105 capítulos de un dar vueltas a las obsesiones. La literatura, queridas amigas, nunca es inocente, ni brotó del cascarón de huevo, ni se adquiere la voz por ciencia infusa.
Quedan apenas veinticuatro horas para la primera de las sesiones: nos vamos a Traficantes de sueños a hablar de literatura, igual que hacemos en la radio cada lunes, pero con público, amigas, vecinas.
Hemos enredado, como siempre hacemos, a unos cuantos y cuantas para pensar en común. También hemos enredado a Bookcamping.
Este post tiene una motivación, que no es sólo la de canturrear «ay, qué nerviosa estoy»: siempre, lo de dentro, siempre, el entramado que nos ha llevado hasta esto. Pero ahora me duele la cabeza y he de salir. Un escritor me espera para remover el café y provocar un estallido.
Como demasiada mantequilla en muy poco pan. No, no es del verbo comer. Esa frase la dice un personaje de El Señor de los Anillos, ya sabéis. Esa me sirve estos días, y suman ya varias semanas, para describir la sensación de adelgazamiento simbólico, de inoperancia, de empantanarme en grasa y carecer de peso que me invade.
Sensación de estar quedándome sin voz. ¿Son ellos o soy yo? Dentro, también, necesidad, urgencia, de bajar el volumen. Ahí fuera el ruido es mucho. El tormento, continuo. La dieta informativa, indigesta. Callarse puede denotar simple cobardía. O puede ser, me digo, que sea el momento de la introspección: para el análisis -la digestión- son necesarios silencio y distancia. Pero ¿quién puede aislarse? ¿Quién puede mantener las úlceras bajo control con lo rápido que se suceden las semanas, los consejos de ministros, las manipulaciones informativas, las malas noticias, las cargas policiales y los motivos para que la sangre hierva y se desborde?
Agazapada en la página 29 del último número del periódico Diagonal, está la primera colaboración que realizo para este medio (ese enlace lleva al artículo en PDF // La pieza se puede leer en la web del periódico y, además, el reportaje en cuyo contexto se insertaba: No es la crisis publicitaria, es el periodismo).
Es curioso porque fue una entrada de este mismo blog la que, al parecer, motivó a la gente del diario (a los que conozco sólo de lejos) a pedirme este texto sobre la precariedad de la profesión periodística, específicamente desde el punto de vista del colaborador o freelance. La pieza se inserta en un reportaje más amplio que cubre las páginas 28 y 29, sobre la llamada «crisis del periodismo».
1. Río y lloro sobre tu lata golpeada
“Animal doméstico, adormilado y tenso. Jarrón de porcelana. Uña del pie mal pintada.”
Pisapapeles
Pocas cosas en la música que se produce en estos tiempos me han estimulado tanto como el “Déjese llevar” de Fiera. Debe de ser el disco que más he escuchado durante todo 2011, seguro que lo es entre los grupos españoles.
Me cuesta entender (o verbalizar) por qué me ha gustado tanto y es por eso por lo que hoy, después de verles por segunda vez en concierto, me entretengo investigando en lo que sale de mí mientras les escucho. Hace bastante tiempo que dejé la crítica musical, así que cuando escribo sobre música y grupos no soy capaz de dejar fuera mis experiencias de escucha. De crear una especie de diario de escucha. Sigue leyendo
Descansar la capacidad productiva. Activar el pensamiento. Venir al blog, al final de una semana horrible, y abrir una nueva entrada. Para respirar. Para tomar aire. Inspirar, espirar. Nos están haciendo daño. Piensa. Lo último que nos quitarán es el pensamiento, la malafamada vida interior. Nos están violando. Esta imagen es obvia. La rabia no lo es. Pero se expresa, como rabia, con escasa profundidad, por más amplia que sea la herida. O la penetración.
Traducción libre/remezcla de El libro de lo grotesco, primer relato de Winesburg, Ohio (1919)
La escritora, con su blanco mostacho, tenía algunos problemas para subir a la cama. Las ventanas de la casa en que vivía eran altas y le gustaba mirar a través de ellas las historias de sus contemporáneos. Un carpintero vino a arreglar su cama Fogwill, para que así ella pudiera mirar por las ventanas cuando se acostaba.
En uno de los mejores libros que he leído este año (Mata a tus ídolos, de Luc Sante), hay un texto llamado «El molde».
Es difícil elegir uno solo de los artículos de este libro, obra que abarca textos de más o menos una década, compuestos a partir de las preguntas, obsesiones y temas preferidos de este periodista y crítico cultural, belga de nacimiento, afincado en Estados Unidos hace 50 años y sin pasaporte (el dato me encanta).
«Estaba predestinado a trabajar en una fábrica. Nací en una ciudad belga dedicada a la industria textil y mis antepasados habían trabajado en las fábricas durante al menos dos o tres siglos (…)» (89)
«Mi padre no quiso que siguiera sus pasos. Nunca me empujó en una dirección en particular, pero desde muy pequeño me dejó claro que el trabajo mental es preferible al trabajo físico (…)» (90)