Carolink Fingers
24.05.2009

Cuento de amor

por carolinkfingers

Ella era pequeña, frágil e inconsistente. Creía en los reinos maravillosos y las resoluciones imposibles. Tenían una pequeña casa en lo alto de un edificio desde el cual, los días claros, ella decía poder divisar un océano, adyacente a cualquier otra vida. Le pedía un navío para poder llegar a la orilla enfrentada y escapar de su edificio alto, de su piso diminuto. Él, que la quería con su fragilidad, le regaló una barca en miniatura, cada día, durante mucho tiempo. Las barcas –de palillos, de alambres, de cristal o de nácar- la hacían enloquecer de alegría, cada vez. Después, le regaló una barca a la semana. Más tarde, las barcas venían una vez al mes. Poco a poco, los espacios entre las barcas fueron rellenándose con más barcas, que aparecían de cuando en cuando en el curso de las décadas. Al cabo, ella descargó todo su equipaje de barcas sobre la calle, al pie del balcón alto, y cruzó sobre ellas hasta la acera de enfrente, perdiéndose en el océano desconocido.

//Un cuento que no recordaba haber escrito//

18.05.2009

Hace ciento cuarenta y tres años, hace unas horas

por carolinkfingers

17 de mayo 1866. Viene al mundo el compositor y pianista francés Erik Satie, líder del movimiento anti-impresionista y precursor de la música moderna.

Mari Trini, seguramente, no escuchó nunca hablar de Satie. Hoy me ha quedado claro que ella -algunos de mi generación corren más que yo apropiándose de los iconos de nuestros padres, puedo asegurar que no es mi caso- es nuestra Joni Mitchell patria. En los días en que la fiesta de la no-canción satura el horizonte comunicacional, es el momento de rescatar a escritores de canciones, de las de verdad.

Si Benedetti era fan de Mari Trini o lo fue de Satie, ya no lo sabré. Sí sé que fue con él -contigo- con quien aprendí a leer poesía.

Otra vez tengo el cuello trenzado. Hoy fue nuestra nueva web, que uno de estos días comentaré aquí.

La señora Dalloway era una de mis asignaturas pendientes como lectora. Ya tengo una menos.

Edito salvajemente. Puedo asegurar que ahora sí tengo 100 páginas finales. Lo curioso es que ya no me pongo morada leyendo lo que ha salido para el libro. ¿Será verdad o autocomplacencia?

13.05.2009

Los guardianes durmientes (reseña)

por carolinkfingers


Los guardianes durmientes
Luis Rodríguez Rivera
451 editores

En un desordenado presente novelístico, cuando ya nos había dejado J. G. Ballard y Bradbury era un honorable aún-más-viejecito inacabable, un escritor con orígenes en el noroeste español se atrevió con una nueva fabulación sobre lo que nos espera en el futuro, un planeta que se consume a sí mismo y seres que inventan formas de sobrevivir en el caos de la distopía. Los elementos puestos en juego aquí son conocidos, poco delimitados –naturaleza masacrada, humanos gobernados por las grandes empresas, androides, aquí llamados símiles, humanizados, movimientos de resistencia. Lo añadido sobre el esquema de la fábula futurista cifra en la pugna de los viejos, caducos sentimientos que animaban al mundo, que buscan perpetuarse en el más inhóspito de los hábitats. Un triángulo de personajes en apariencia desconectados irá haciendo avanzar una trama a medio camino entre la aventura y el thriller, con buen ritmo y pulso ameno. Con un pelín más de arrojo en la poesía de las situaciones –que aparece, sí, leve, y es el mejor de los añadidos-, con un mayor trabajo sobre personajes que se adivinan potentes, con un poquito menos de apego a los tópicos –esas “vanguardias artísticas” promovidas por los malos en el poder-, Rodríguez Rivera habría bordado una tercera novela sabrosa y entretenida. Y es ambas cosas, pero de aquel que debutó con un trabajo tan llamativo y perturbador como “Memorias del hombre buitre” (Lengua de Trapo, 2005), esperábamos algo más osado y cercano a la perfección.

//Publicado en Go Magazine nº 100 mayo 2009. Vaya por detrás que Rodríguez Rivera me sigue pareciendo un autor interesante al que seguiré leyendo. //

10.05.2009

Atrapada en la Zona (antirreseña)

por carolinkfingers


Sin un solo punto. Leo, leo con avidez pero con exasperada lentitud. Cómo es posible que el punto, el signo ortográfico de la detención, sea en verdad lo contrario, un acelerador de los protones de la lectura. Cómo es posible que leer una novela sin puntos, cuyo discurso debería fluir como el pensamiento -y de hecho fluye- o el agua al que quitamos su embalse, sea al cabo un vagón deteniéndose en cada ciclo de biela. Es como si ese agua, una vez liberada, decidiese no moverse a ningún lado. Es lenta esta prosa, es lento su proceso de degustación, uno quisiera no dejarla nunca, pero cuando por fin encuentras el ritmo que te acoplaba a la perfección, el autobús llega a tu parada, el horno avisó que llegó al final de su cocción, la luz de la tarde se consumió del todo. Las detenciones no son naturales, el pensamiento puede ser difuso pero está siempre, discurriendo sin pausa. Acoplarse al pensamiento es lo difícil.

Es prosa lenta, que no aburrida, y leo absorta, queriendo comer páginas, pero las páginas me comen a mí. Pocas veces he pasado por las páginas de un libro que despliegue tal exhibición de atrocidades, de manera tan elegante. No es esteticista, simplemente es pura, literatura de la mierda humana que no necesita de lenguaje procaz, salvo en contadísimas ocasiones, que se abstiene de insuflar mayor gloria a la inmundicia porque el lenguaje no necesita más que llamar al pan, pan y al crimen, crimen. Me sobrepasa, como lectora y como escritora, Zona es todas las cosas que yo he querido transmitir en Monstruos y no sabré escribir, porque me falta la experiencia necesaria, el método, la constancia. O quizá me equivoqué y nunca quise escribir de las atrocidades humanas, quizá mi único tema, el único al que puedo aspirar por ahora, es la debilidad en todas sus formas. Me lo quedo, es para mí, es estimulante, es retador, no podré escribir nada ni remotamente así de enjundioso, de bien pertrechado, no ahora, no en estas, pero me guardo sus hallazgos, su osadía, como metas que algún día haré mías, me guardo el honor de haber sido lectora de su epopeya oscura, orgánica y hermosa. No ha lugar escamotear el horror, que es parte de nosotros. Mirarlo, contarlo de frente es lo único digno a hacer.

Más de un mes para leer este libro, mucho más de lo que suele consumirme este promedio de páginas. Lo pedí motivada por el texto de su solapa, esas breves fotografías de un objeto que tardó años en ser compuesto. Dificultad, reto, eso recuerdo haber pensado. Los libros exigentes no son fáciles de encontrar y a ver quién quiere una reseña de esta novela, pero yo necesito tenerla ya. Pasó varias semanas en el montón de los pendientes. Me intimidaba un poco. Lo abrí, por fin, ya tengo los encargos, y desde la segunda página me tenía boquiabierta, espantada y feliz a partes iguales. Ahora que lo he terminado, ahora me siento tonta para escribir sobre un libro así. No podrá conmigo, empero. Puedo no ser la lectora ideal de Zona, pero aún así tengo mucho que darle a este libro. Es exigente, no solamente porque el tiempo en recorrer los quinientos kilómetros (cuatro horas, según un sitio que acabo de consultar) que separan Milan de Roma en tren se multiplican por sesenta en su demorada lectura -mis trayectos, durante un mes, sola y exclusivamente con este libro, apenas me dejaban avanzar dos o tres páginas cada vez-. Un mes, un lujo enorme, dada la montaña de novedades que tengo aquí para revisar. Pero encontrar un texto de esta densidad, acicate intelectual, gordura humana y preciosismo tanto en la macro como en la microestructura sucede una vez al año, si sucede. Terminarlo. Cerrarlo al cabo de tantas horas acompañando este magnético fluido, esta prosa pegajosa, que se ha hecho tan natural y viva, que me ha hecho sacudirme de admiración y perplejidad unas doscientas veces en sus cuatrocientas páginas, acabarlo es lo difícil.

08.05.2009

La condesa sangrienta

por carolinkfingers


Texto de Alejandra Pizarnik, firmado en 1971, como reseña del libro homónimo de Valentine Penrose, quizá uno de los escritos más perturbadores y magnéticos que esta lectora haya recorrido alguna vez, ahora editado con unas ilustraciones simplemente increíbles de Santiago Caruso, gentileza de Libros del Zorro Rojo. ¡Ya es mío!

07.05.2009

El Miedo, Gabriel Chevallier y el miedo

por carolinkfingers

Aparece este mes (número 143, mayo 2009) en la revista Qué Leer, la crítica que hice del libro El Miedo, de Gabriel Chevallier, editado por Acantilado el pasado abril, un escalofriante libro-documento, ficción que es apenas ficción, muy cercano al documento, sobre la experiencia de un soldado raso en el infierno de la Primera Guerra Mundial. Del libro tengo que escribir mucho más, pero aprovechen, mientras que yo saco el tiempo necesario, para ir por la novela a su librería favorita. No dejen de comprar el libro, para que Acantilado continúe editando novelas y ensayos tan maravillosos, no dejen de comprar la revista, para que otros plumillas y yo misma podamos seguir colaborando por mucho tiempo en esta cabecera, miren que nos amenazan, nos recortan, nos depuran, todo está malo, todos andan lloriqueando por doquier, y aquí una servidora, autónoma de la construcción del conocimiento, necesita que le encarguen edificios ideológicos, ficcionales, ensayísticos, miren que un obrero necesita ladrillos que poner, en mi caso es otra cosa, pero cada día valoran menos esa otra cosa, mis ladrillos valían 3 y ahora me pagan uno, el consumo se afina, se adelgaza, se especializa, y los plumillas-obreros-intelectuales somos completamente prescindibles, lo entendemos, sólo que también tenemos que aportar nuestro granito de llanto al quejido general, El Miedo es grandioso y demasiados libros sobre la guerra y la barbarie he leído estos días, la barbarie que no llega, la que no nos atrevemos a acometer, la demora-paciencia-ausencia de cosquillas-pasividad-cara de cartón que caracteriza a estos tiempos y a sus protagonistas, que nos tienen ninguneados, todos los que mamamos, mamamos pero bien, como exclama C. Bértolo en el prólogo del libro Huelgas, revueltas y revoluciones, y ya es hora de acometer lo que sea, quizá se trate de derribar algún gran grupo editorial por las malas, o de despabilar a los gansófilos que no compran diarios ni revistas ni publicaciones de ningún tipo, qué sé yo si hay que comprar o robarse de los quioscos, como me contaba mi compañera P. ayer mismo, que vio cómo un chico pasó toda su compra por la caja, más de cincuenta euros, la guardó pacientemente, y luego arrancó presuroso y despavorido de los grilletes del tpv porque ni quería ni podía pagar.

Todo es así y es de otra manera. A mí me encantó poder hacer esta crítica en Qué Leer.

04.05.2009

Transversalia

por carolinkfingers


En lo transversal caben las recomendaciones, el boca-oreja, aquel clásico «si te gustan Radiohead seguro que te molan Sigur Rós», los intercambios de cromos, las desordenadas batallas de almohadas cuando tú y tus hermanos érais chicos, la magdalena de Proust, la sinestesia, el apunte deslavazado de cuando visitaste la librería y te quedaste con los títulos de los siete libros que no pudiste comprar, las abejas que dispersan el polen, los panfletos que dispersan ideas, las buenas fotografías que amalgaman la existencia. Lo transversal es lo que configura la biografía, sin necesidad de literatura; es una forma de conocimiento, algo que si se trabaja a conciencia puede estar cerca de ilustrar la propia alma.

Hace algunos meses, decidí en un gratuito gesto escribir dos palabras en la casilla de «alertas de noticias» del super-oráculo, ahora también espía, para que rastreara por mí todo aquello que los diarios del mundo supiesen -o creyesen saber- acerca de «Satie» y de la «melancolía». La segunda palabra es mucho más popular que la primera, aunque, dada la sobreutilización de un concepto castigado, apenas aprovecho sus recomendaciones (en notas de actualidad del famoseo, artículos de opinión y reseñas culturales, «melancolía» se aplica prácticamente a cualquier cosa, desde los cubos de fregona a la inauguración del metro de Sevilla, pasando por la mirada de la tal Bruni en los eventos sociales).

Con «Satie», mi intención era encontrar la huella contemporánea del músico, fisgonear entre los posibles homenajes, publicaciones, exposiciones, programas de conciertos que lo incluyeran. Tratar de entender si mi fascinación con Erik Satie era compartida por otros, cien años después de sus deliciosas e inquietantes obras. No se me ocurrió que la alerta podía tener otros usos menos prácticos, más poéticos, más transversales. El espía del oráculo me dice semana a semana no sólo que franceses y argentinos se acuerdan regularmente de programar a Satie (y no sólo sus archirrepetidas Gymnopédies), sino que otros se inspiran en su música, viven y recrean sus parámetros estéticos. Así fue como conocí Man On Wire, la película recientemente estrenada en España que se llevó el Oscar al mejor documental este año. Su secuencia quizá más emocionante está aliñada con la pieza más conocida del francés. La película tiene sus valores propios, por los cuales ya es parte de mi particular cámara de las maravillas, pero está claro que su director, James Marsh, eligió los fragmentos musicales con una sensibilidad que es en parte mía.

Así también descubrí a Hauschka. Es lo malo de poner una serie de nombres en las influencias de tu myspace, todos los periodistas simplones los incorporan a sus reseñas. En el caso de este músico alemán, de nuevo, hay una forma diminuta, desprovista de ambiciones, emocionante en las dos dimensiones, que comparte conmigo y con el francés inspirador.

También he descubierto horrores. Como la reseña que le dedica un diario inmundo a un libro, una biografía de Erik Satie, que también yo reseñé en su día.

Mi alerta semanal me cuenta hoy de la existencia de un grupo afincado en Madrid, Boat Beam, formado por tres mujeres de procedencia dispar; ellas u otro periodista sabueso han descubierto que les influyen tanto Satie como Debussy, además de otros nombres más contemporáneos. Su primer disco acaba de aparecer y tiene un título decidor: Puzzle Shapes, formas de puzzle, piezas, aparatos, engranajes que aparecen ayer, en el pasado, estos días, mañana, que pueden venir con la recomendación del hombre de tu vida o el impersonal aviso (la palabra «alerta» tiene mala prensa estos días) de un robot. Esa desorganizada forma que un biógrafo tratará de reconstruir porque las vidas, aquellas que a mí me gustan al menos, están hechas de este modo, con una greca sin patrón preciso, con un galimatías flaco y disperso, con un desorden transversal.

Ahora me voy. Mis hijas -que me dibujan ilustraciones para mis cuentos, qué más transversalidad que la del ilustrador poco advertido- me quieren sacar de paseo. Hoy es día de recordar cosas, sin robot buscador que me asista. El primer, el segundo mensaje que cruzó el Atlántico entre mi amado J y yo contenía una esquirla de este tipo de conocimiento: «¿Has escuchado a Debussy? Su música tiene una cualidad etérea como la de Cocteau Twins». No, por entonces no tenía idea de quién era Debussy. Si no fueron ésas las palabras exactas, el tiempo también hace sus propias grecas.

22.04.2009

Philippe Petit

por carolinkfingers


Imaginaos un cable tendido entre el edificio Metrópolis y la terraza del Círculo de Bellas Artes, y un hombre en lo alto, un funambule, a wirewalker, un funambulista artista del aire sin otro objeto que pergeñar sus pasos etéreos y capturar vuestras miradas. Eso es Philippe Petit: gratis, sin causa, sin consecuencia, arte blando, persecución ciega, belleza sin apóstrofe, sin mercado, sin intercambio. Eso fue para muchos grises neoyorquinos en un día cualquiera del setenta y cuatro, cuando yo todavía usaba pañal y chupete. Y nos lo cuentan en Man on Wire.

Por mi parte, lo he contado así en notodo.com y hoy es portada.

14.04.2009

Los guardianes durmientes (antirreseña, o por qué me hacen esto mis descubrimientos)

por carolinkfingers

Los guardianes durmientes
Luis Rodríguez Rivera
451 editores

Íñigo de Amescua me ha dicho en un par de ocasiones -nos veíamos una vez al año, antes de que el FIB prescindiera del Fiber, periódico oficial-: “Ése que lee con un lápiz en la mano, ése es un intelectual”. A mí me hacía mucha gracia tal afirmación. Yo, por mi lado, copio: “Ese libro que no quedó anotado a lápiz en todos sus márgenes con signos de exclamación, ese libro no me ha gustado”.

Leo con un lápiz en la mano, no me acuerdo desde cuándo, desde mucho antes del minuto en que empecé a comentar libros en la prensa. Dejo muy pocos libros a medias y, desde que leer es lo que hago, no me dejo ninguno. Al conocer la existencia de un nuevo libro de Luis Rodríguez Rivera -y no es el segundo de su lista, como creí, sino el tercero- salté de contento. Tengo a su novela debut, Memorias del hombre buitre (Lengua de Trapo, 2005), por uno de mis descubrimientos más salados. Lo conté hace cuatro años en Go Mag.

Ahora pienso que, quizá, yo era una lectora más hambrienta o más ingenua o más proclive a la idealización. Pero no. Entre ese primer libro y este tercero hay una diferencia: la cantidad de párrafos subrayados. El segundo, Serás vapor antes que lluvia (451 editores, 2007), que también empecé estos días, lo habría seguido de no ser porque se lo llevó mi madre, en un acto de traición.

Y tomé Los guardianes durmientes, que una vez concluido me estoy pensando si comentar en Go o dedicar el espacio que mensualmente me guarda Philipp en la última página de su sección a otra cosa. No porque no merezca un comentario, sino porque no podré guardarme la decepción en mi crítica. La letra impresa deja una huella no correspondida jamás con las tarifas que llegan a los colaboradores. Y sí, mi trabajo puede ser criticar los libros, pero prefiero tomármelo como una guía de lectura para otros, y tiendo a reseñar aquellos libros que sí quiero recomendar. La reseña mensual de Go no es algo tan serio. Como tampoco lo es una antirreseña, que es donde yo me enseño a leer.

A decir primero, no es un libro para tirar. Se lee con gracia, con velocidad y hasta con diversión a ratos, aunque está lejos de la delectación que yo le pido a un libro. Que yo le pedía a otra novela de Rodríguez Rivera.

A decir también, meterse en un libro de fantasía ciencia-ficcional, al estilo distópico ya bastante transitado, es un empeño hermoso por sí mismo, un gesto de arrojo aplaudible. Pero hay que dar mucho más para estar en esa liga. Se apoya, dada su escasa longitud, demasiado en los imaginarios de otros, en las herencias, a través de la novelería que vaticina mundos enfermos, desastres ecológicos, planificación demográfica enfermiza o corporaciones empresariales al frente de los gobiernos. Da demasiadas cosas “por sabidas”, como si la ciencia-ficción no fuese un corpus de mitos modernos sino historia del pasado cuyas lagunas podemos ir a consultar a la enciclopedia.

Se pueden enarbolar otras cosas a su favor: habilidad para la trama, resabios del thriller que animaba su primer libro, urdimbre episódica bien atada. Pero esa trama y esos personajes, ya puestos a danzar, creo yo que daban para más. Porque tienen fuerza: Neus, Hadam, Protos. Sin embargo, en las cortas 200 páginas, cediéndose el protagonismo de capítulo en capítulo, quedan vagos, algo amorfos. Mi único empeño de construir una novela pecaba en mil otras cosas, y también en ésa.

Pero, al final de todas las cosas, vista buena parte de la literatura del siglo XX y la trituración de estructuras y desarrollos, lo que siempre me queda como diamante final es la prosa. El micro-nivel, la célula de la palabra. Para algunos, bastan cuatro frases, a mí me gusta ensanchar el cernidor hasta las veinte primeras páginas. Y, sin ser mala en ningún caso -Rodríguez Rivera es solvente de sobra-, ésta es prosa utilitaria, que hace avanzar los sucesos pero recorta mal las situaciones, a la que le falta impronta, imaginación y ambición para los momentos de mayor tensión y con la que, a la vista de una primera novela cargada de buenas ideas, podría decirse que ha cesado de buscar la perfecta mordida: la prosa ha de hincar los dientes en la literatura -que no en la realidad- buscando el ángulo que no encontró ningún otro narrador anteriormente.

No soy cáustica por serlo. Habrá lectores a los que le parezca buena. Se lee bien, entretiene, pero no me hace abrir la boca y enseñar las tripas, en ninguno de sus párrafos, como ante una epifanía de ésas que da la buena prosa.

Pequeños desperfectos acaban por hacérmela casi intolerable. Neus, la mujer, vive en plena nostalgia por un siglo XX que no ha conocido, sobre todo por las artes y el cine. Se espanta de lo que llama “Arte Actual” -el del futuro-: “Estoy convencida de que la Corporación también está detrás de las vanguardias artísticas”. Si son vanguardias y son artísticas, eso no se puede escribir. Argumento de apocalíptico. En otro punto, Neus, nostálgica otra vez, se queda en éxtasis escuchando “el revoloteo sabio y pausado del saxo de Miles Davis” (SIC). Por no mencionar las autocitas. Dos, exactamente. Mis hornos no están para estos bollos.

Un lunes de noviembre se levantó de la cama con la sensación de que durante el sueño se le había roto el hueso de la identidad. El tipo que le devolvía el espejo era un desconocido con una expresión de desamparo tan crítica que parecía suplicar que alguien lo viviera. Martín sintió que aquel lunes se había despertado al final de su primer cuarto de existencia, y que todo era mentira. Ni él ni el tipo del espejo fueron capaces de recordar la última vez que habían sido felices.

No he podido resistirme. Releeré su primer libro. Soñaré que Rodríguez Rivera recupera en alguna cantina su amor por destripar realidades a fuerza de prosa, más que por montar bonitos escenarios para personajes que, perdónenme, lo más fácil del mundo es ponerlos a follar en la página 140.

12.04.2009

Los domingos de Jean Dézert (reseña)

por carolinkfingers


“Los domingos de Jean Dézert”
Jean de La Ville de Mirmont
Impedimenta

¿Cuánto de Jean de la Ville de Mirmont hay en Jean Dézert? Este pequeño y magnífico libro forma parte de la escasa herencia que dejó su autor, muerto en las trincheras en 1914, y su rescate es todo un acierto: “Los domingos” es una fantasía carente de imaginación, fábula sin pretensiones y, al mismo tiempo, trasunto literario de la vida que él mismo llevaba en París, y de la que, de acuerdo con su prologuista (François Mauriac), siempre quiso escapar. Desde un planteamiento que pretende ilustrar la regularidad de los días de alguien consciente de la inutilidad de las ambiciones o el deseo trascendente, y se sabe parte de la multitud, tan reemplazable -y eterno- como cualquier otro, no se han de buscar, en sus poco más de cien páginas, inusitados giros de la trama o descabelladas argucias de estilo. La nouvelle funciona como un fresco pintado con elegantes, formalmente bellas descripciones de la monotonía, escenas que atraviesan los domingos, siempre iguales, de Jean Dézert, el funcionario, lector de Confucio y carente del menor sentido de la aventura. Esta, cuando se le plantea, viene en forma de folletos publicitarios para llenar el ocio de los domingos; o, sin planteársela, en la opción más “salvaje” de una posibilidad de matrimonio, nunca buscada, que sin embargo se prefigura como la apuesta para torcer la mano al aburrimiento. Y el fresco funciona, se fija como un espejo en el que cualquier “hombre común” de nuestro tiempo puede mirarse y, en definitiva, contentarse.

//Publicado en Go abril 2009. Impedimenta una vez más proponiendo lecturas olvidadas e imprescindibles//

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