Tengo la manÃa del diario desde que tenÃa 6 años. Me gusta la cerveza helada. A mis 39 años he descubierto que bailar es un vehÃculo de amor y es de las cosas que me proporcionan más placer -aunque mis rodillas lloren más tarde desconsoladas. He entendido pues el significado último de la expresión «que nos quiten lo bailado». Sufro mucho, siempre estoy sufriendo por cosas, no necesariamente que me pasen a mÃ. Me muerdo las uñas, pero recatadamente. Me gustan mis canas aunque también me guste cambiar de color de pelo, como disfrazarse. Odio quitarme los pelos, pero no me he resistido aún, lo único que he conseguido es llevar a gala ir mal depilada. Los amantes no me duran mucho. Sueño con un amigo que disfrute sosteniéndome la cabeza en el regazo. No uso perfumes. No le doy importancia a la ropa, y creo que el único mandato de moda que comprendo es la «comodidad». Siempre me quedaba rabiosa, desde niña, cuando me piropeaban por la calle, ahora contesto «¿a ti quién te ha pedido opinión?» o cosas similares que aprendo de las feministas. A veces pienso que mi vida serÃa más sencilla sin palabras como feminismo, revolución, justicia, o cultura crÃtica. Acto seguido lo olvido. Tengo juanetes desde los diez años y miopÃa desde los catorce. No llevo bien no tener pareja y, a pesar de mi ateÃsmo, creo que es un castigo divino. De ese modo me deja de molestar un poco. Pocas cosas me gustan más que un cuerpo de hombre, en especial sus culos. Creo que doy una imagen de autoconfianza que es totalmente falsa, ¿será útil para algo? Jamás he matado a un animal con mis manos. Bañarme en agua dulce es lo mismo para mà que volver a la infancia, incluso puede que más atrás. Canto mientras conduzco. Una vez me cambié el nombre, me puse Julia, y muchos de mis amigos de entonces me hicieron caso con mi capricho. Creo que desde que soy madre el destino tiene muchas más oportunidades de hacerme daño. No tengo piercings ni tatuajes. Me mata el buenrollismo progre que aprendà en el colegio, pero también le debo mucho. Desde hace un tiempo, veo censura y represión hasta en la piscina municipal. Tengo una enorme colección de amigos a los que no cuido como deberÃa. Se supone que sé que deberÃa erradicar los «deberÃa» de mi léxico para vivir más tranquila. Me gusta mi voz y la encuentro sexy. Me salen ricos los gazpachos. No hablo nunca con mis hermanos, pero los quiero a rabiar -asà como a otras muchas personas. El teléfono me da mucha pereza. Leer bajo el naranjo de Sotiel es lo más parecido que conozco a la felicidad. He escrito odas a los tomates cuando son buenos. Estuve obsesionada con la palabra «melancolÃa» durante años, ahora son otras palabras las que ocupan su lugar, pero no las quiero tanto. He aprendido algunas cosas importantes con la edad, entre ellas que existen pocas cosas realmente importantes. Siempre sospecho de mà misma, por ejemplo de no ser suficientemente rigurosa. No escribo lo que deberÃa, ni confÃo nunca jamás en lo que escribo.
//Silvia Nanclares escribió el texto überfacts en su blog hace unos dÃas, realizando un ejercicio de estilo inspirado en Edouard Levé. Como ella, creo que los mejores libros son los que te animan a escribir, como si fuesen catapultas. Eso me ha sucedido al leer su post, he necesitado practicarlo. Al llevar toda mi vida escribiendo diarios, la primera persona me resulta familiar, pero en este modo extraña, al aparecer acumulación caótica de declaraciones. Por otro lado, escribiéndolo me sentà como en un ejercicio psicológico que se llamaba algo asà como «integración»: miras pasar tu vida entera delante, ponderando momentos y situaciones, y sin tener que morirte después. Creo que ganarÃa más cuanto más automatismo le impregnara.//
Asombrosa Carolina, muy bien (también me ha gustado Silvia Nancares).
Me ha gusta mucho. Gracias!
[…] *Aquà un ensayo de überfacts, inspirado por este otro de Silvia Nanclares, que a su vez se basa en Autorretrato, de Edouard Levé. Y que otras compañeras han continuado. […]
Escrito a partir de lo que sea, un texto muy hermoso.
Gracias.